El segundo estudio que encargaríamos es algo más genérico y consiste en explicarse por qué en esta tierra nos da por poner nombretes a la gente y acuñarlos de tal modo que acompañan al agraciado hasta la tumba. Así, es normal leer esquelas en los periódicos de alguien que se llama, por ejemplo, José Santana Pérez, al que se le añade la coletilla de “conocido como Sinforiano García”, y dos piedras. En el caso de Domingo Bueno, estaría justificado que le rebautizaran con el nombre de Dominguito Nieves, mucho mejor que el que quisieron ponerle hace unos meses en Mogán, Por mis pistolas, cuando bajó ladera abajo en plan Robert Mitchum armado con algo menos que un rifle. Y mucho mejor -¡dónde va a parar!- que el de Dominguito Canguro, por el afán con que se hace cargo de los vástagos de los jefes del PP.