La frase que reproducimos a continuación es un poco retorcida, pero si se fijan bien contiene dos elementos muy interesantes. De un lado, dice que la libertad de expresión no existía en 2004 en Canarias7 (tampoco ahora, añadimos de nuestra propia cosecha, con permiso del narrador), y del otro, se somete al juicio de sus oyentes para que sean éstos los que juzguen su credibilidad. Ahí va eso: “Entre judicializar el asunto [de la radio], y estar cuatro o cinco meses con la cabeza sumergida en el pasado a la espera de juicio y posterior sentencia, y pasar página, montar una nueva radio, y erigir un nuevo futuro, preferí esto último, a sabiendas de que quien único puede dictar sentencia rigurosa en materias como las que tratamos, en las que se traslada al paredón materias como la libertad de expresión o los intentos de manipulación de quien hoy es un editor de prensa y, por lo tanto, de quien debe velar más que nadie para que las periodistas efectúen la función para la que han sido destinados, y no para convertirlos en vulgares cómplices de negocios privados en los que la línea editorial de su periódico es un pilar, es la opinión pública, es decir ustedes, ustedes son mis jueces, mi credibilidad depende de mis actos y de ustedes”.