Al pobre Armando Marcos, amigo del Barrilete, le tocó la primera en la frente, porque García-Alcalde y Moll llegaron hasta el Constitucional después de que la Audiencia Provincial ratificara la absolución del periodista dictada por el Juzgado de lo Penal 1 por un delito de injurias. El Tribunal Constitucional determinó, en junio de 2005, que las apreciaciones de Marcos sobre los directivos de la competencia “poseen indudablemente la condición de injuriosas”. Y añade otra frase para el libro de estilo del diario de García: “Poco importaba, en efecto, a la opinión pública canaria si los señores Moll o García-Alcalde tenían o no depresiones o paranoias, si eran ególatras o falsos beatos. Por otra parte, para hacer llegar el mensaje de que manipulaban ciertos medios de comunicación no resultaba necesario acompañarlo de toda una serie de improperios que nada añadían a esa idea-eje y que excedían con mucho de la crítica acerba que debe soportar un personaje público en lo relativo a su actuación en tal concepto. Para desarrollar tal idea y mantener el contexto del artículo, no eran necesarios los calificativos de «piratas», «embusteros», «difamadores y perros»; ni aludir a «sus antojos, sus ambiciones, sus egoísmos, sus intrigas, sus venenos y sus papeles»; ni remitirse a una supuesta conversación en la que se calificaba a uno de los recurrentes de cínico, egoísta, ególatra y personaje siniestro”. Detrás de Armando Marcos vino Barrilete. Pero eso será en otro capítulo, si les parece bien.