¿Alguien recuerda un día tan feliz en España como el de este jueves? Sí, claro, ya, nos dirán que aquel en el que la selección de fútbol ganó el Mundial de Suráfrica. Pero ese es otro tipo de felicidad, una felicidad de orgullo, de regocijo por una conquista deportiva, de revancha contra tantos cuartos de final frustrados jugando como nunca y perdiendo como siempre. Lo de este jueves, lo de ayer, tiene otro sabor. Bastaba con asomarse a las redes sociales y comprobar el tamaño y el color de la felicidad que se destilaba. Ha habido lágrimas, y no solamente entre las víctimas y sus familiares, sino entre la gente de bien que sufría en silencio esa violencia, ese terror que tenía atenazados hasta este mismo jueves a miles y miles de concejales, de fiscales, de jueces, de policías y de militares. El anuncio del cese definitivo de la violencia por parte de ETA es, sin duda, una gran noticia del año, quizás de la década, por mucho que ahora se abra un proceso largo y delicado que habrá de suponer concesiones penitenciarias y el más que probable triunfo electoral de Bildu/Amauir en las circunscripciones vascas. Si ha ganado la democracia al terror, más músculo tendrá para superar cualquier otro trance de carácter político. Un éxito de todos, especialmente de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, de los jueces, de los fiscales, de los ministros del Interior, incluido el irreductible e insoportable Mayor Oreja. Y un indiscutible triunfo político del presidente más denostado de la historia de la democracia, José Luis Rodríguez Zapatero, que tuvo el indiscutible privilegio de anunciar desde La Moncloa el final definitivo de la violencia etarra con una frase que pasará a la posteridad: “Será una democracia sin terrorismo, pero no sin memoria”.