Si se fijan bien en el detalle, cuando don Pepito recurrió ante la Audiencia Provincial la condena que le obligaba a rectificar sus informaciones sobre la presunta trama mexicana no discutió el fondo de la cuestión, es decir, que había publicado la noticia porque la tenía suficientemente contrastada, lo que convertiría en falsa cualquier rectificación en sentido contrario. Hubiera sido igual de obligado publicar la rectificación, pero en ningún momento ante la Justicia el intrépido editorialista ha alegado que las acusaciones que vertió contra Paulino Rivero y su familia tenían suficiente sustento fáctico como para sostenerlas de aquí a la eternidad. Lo que alegó don Pepito fue que el abogado de Ángela Mena no es quien para mandarle a él una rectificación, por lo que empezó por ordenar a sus empleados que ninguno recogiera el documento que se pretendía entregar en las oficinas de El Día y continuó con su negativa a publicar cualquier rectificación viniera de quien viniera. Luego, por condena judicial, se vio obligado a hacerlo y ahora, por majadero, a pagar las costas de todo el proceso, incluida esta segunda instancia. Pero no crean que ni aun así se ha resignado el enemigo público número uno de Paulino Rivero: él sigue erre que erre con su perreta de que aquello de Puebla huele al resultado digestivo de un emboste de frijoles y enchilada. Ya se le pasará cuando le den una frecuencia de radio, nos tememos.