Escondido detrás de su biografía, plagada de metopas y memeces, y parapetado detrás de sus dos orondos amanuenses, el propietario del periódico El Día esquiva dar la cara cuando toca. Cada día arremete contra los que considera sus enemigos con un amplio catálogo de insultos y descalificaciones en la errónea creencia de que entre la lentitud de la justicia y su provecta edad, nunca le va a pasar nada. Recurre una tras otra todas las sentencias desfavorables que está recibiendo para ganar tiempo y alargar de manera ficticia su propia agonía como editor. Don Pepito, sin embargo, nunca da la cara cuando toca, envía a su abogado, Munguía, a ejercer una patética defensa que raya en demasiadas ocasiones el frikismo puro. Don Pepito es un cobarde. No puede sostener ante un tribunal ni su derecho a la libertad de expresión ni la verdad de sus acusaciones, y por eso elude sentarse en el banquillo. La semana pasada no se atrevió a personarse en una sala de vistas de Las Palmas de Gran Canaria para defenderse de una demanda de protección del honor e intromisión en la intimidad promovida por una juez que, a mayor abundamiento, también lo tiene imputado en un juzgado de instrucción de Santa Cruz de Tenerife por delitos de calumnias. Para eludir su obligación, su pobre abogado se atrevió a presentar un certificado emitido en Navarra en el que se dice que el editor de El Día está delicado de salud. La juez que presidía el tribunal no daba crédito a lo que oía: someterse a un examen médico en Navarra requiere tomar dos aviones de ida y otros dos de vuelta para acudir desde Tenerife. Es el mismo editor cobarde que el año pasado pudo volar a San Francisco, California, sin que le diera un jamacuco. Es un cobarde, insistimos, pero ya le han cogido la matrícula en demasiados sitios como para irse de rositas.