Mientras un grupo de pasajeros, ajenos a la avería del MD, permanecía a la espera de nuevas explicaciones de Spanair, otros corrían a los mostradores a buscar alternativas, tanto en esa como en otras compañías. Pero Spanair había corrido más y había bloqueado todas las plazas disponibles hacia Madrid para irlas facilitando a los frustrados viajeros en función de los parámetros a aplicar en estas situaciones: primero los clientes fidelizados, luego los que tienen conexiones internacionales, luego los que tienen conexiones nacionales... Y los que no entren en el cupo, que reclamen, que con suerte se aburren y la compañía se ahorra un dineral en indemnizaciones. De este modo fueron saliendo algunos pasajeros en algún vuelo de Iberia, en otros de Air Europa, y los más, en el JK de las 20.20, el avión que precisamente había alcanzado hasta Gran Canaria las dos ruedas y los repuestos que requería el MD de las 13.20, cojo aún en su aparcamiento. Los efectos de las salidas en cascada resolvieron las dificultades a algunos, hicieron desistir de viajar a otros, e incrementaron el cabreo de los demás. Un matrimonio con destino a Galicia tuvo que renunciar a la opción de volar con Iberia, como le ofreció Spanair, porque la veterana compañía de bandera le exigía un sobrecoste de 600 euros por llevarles su perro en la bodega.