De repente, la revolución. La Fiscalía Provincial de Las Palmas ha descubierto, con el duodécimo juez en ciernes, que el caso Góndola tiene vida propia, que un día nació, otro caminó unos pasitos y al siguiente quedó postergado a mayor gloria de la impunidad que impera en una buena parte de la vida pública canariensis. Una denuncia ante la Inspección Fiscal quejándose de que el caso dormía el sueño de los justos en un juzgado de San Bartolomé de Tirajana ha servido para que la muchachada de aquí se haya puestos las pilas y haya empezado a menear todos los calderos en busca de los ingredientes necesarios para presentar un buen potaje llegado el momento procesal oportuno. Claro que, antes de que alguien pusiera el grito en el cielo, el fiscal jefe, Guillermo García-Panasco, ya se encargó de dejar claro que cualquier dilación indebida habrá siempre que atribuírsele a la sucesión interminable de jueces que han pasado por ese juzgado (once, de momento) y no a la inveterada inacción del fiscal adscrito al caso, Jorge Pobre, que ya marchó de esta tierra con un amplio bagaje de cursos y seminarios y escasa efectividad en operaciones contra la corrupción política, como esta que nos ocupa. Pero si la culpa era de la multiplicidad de jueces, ¿cómo es posible que sea ahora y no a lo largo de estos años, cuando la fiscalía empieza a desempolvar diligencias olvidadas o frenadas, a pedir otras nuevas y, en definitiva, a activar lo que su fiscal Pobre no activó? Cuando se limpia una casa todo suele responder a que andaba un poco sucia. Aunque sólo fuera polvo en suspensión.