Los auditores de La Caja se llevaban las manos a la cabeza al descubrir, una vez fue despedido Juan Francisco García, cómo hacía el director general para cargar a la entidad gastos personales que encubría bajo la apariencia de gastos de representación y administración. Tendría un pase unas cajitas de bombones, unas corbatas o unos maletines de Gucci, pero de ahí a compras en el supermercado de fruta, de pescado... cajas de vino, espárragos, equipamiento deportivo y hasta la tintorería, eran de imposible encaje en una entidad pública como la que nos ocupa. Solamente en farmacias, García González gastó durante esos treinta meses la nada despreciable cantidad de 156.201 pesetas, abonadas por La Caja sin que nadie rechistara. También esta parte de la brillante gestión de García al frente de la entidad se recogía en la querella que resultó sobreseida dos años después de presentada tras la retirada de todas las acusaciones y previa devolución de una parte de lo indebidamente gastado, desviado y quebrantado.