Que un ministro del Gobierno de España venga a Canarias de manera reiterada y constante a ejercer de líder de la oposición contra el gobierno regional; a crear más problemas de los que ya crea el Consejo de Ministros en el que se sienta; a quebrar cualquier acercamiento a las unanimidades que se exigen en Madrid alrededor de las duras medidas de ajustes, no tiene parangón en la historia democrática de España. Porque no se trata de críticas, absolutamente lícitas y hasta naturales por tratarse de un presidente de un partido que no está en el Gobierno de la autonomía, donde tampoco se le espera. Se trata de auténticos misiles a la línea de flotación de la credibilidad de Canarias frente a sus ciudadanos, frente a las instituciones del Estado y frente a las instituciones financieras ante las que permanente tiene que negociar sus operaciones crediticias. Lo peor de todo es que quien miente sobre las cuentas públicas tiene poco de qué presumir. Porque bastaría con que el Gobierno de Paulino Rivero mostrara cómo dejó las cuentas José Manuel Soria durante la etapa en que fue consejero de Economía y Hacienda para avergonzarlo para la eternidad. Hasta dos cartas del Gobierno de la nación requiriéndole que se ciñera a las obligaciones de endeudamiento recibió el hoy presuntuoso ministro. Cartas a las que hizo exactamente puñetero caso porque su sucesor, Jorge Rodríguez, llegado en octubre de 2010, tuvo que cerrar los presupuestos en noviembre tras descubrir que en la caja había solo telarañas. En estos momentos, y pese a las falsas acusaciones de Soria, Canarias es una de las regiones más cumplidoras con el déficit público, como atestiguan los informes del Banco de España y del Ministerio de Hacienda, que ya puede irle dando un contundente tirón de orejas a ese ministro por irresponsable e inmaduro.