Veían movimientos extraños los responsables gubernamentales canarios y, como les decíamos, trataron de abortar una operación que creían enemiga. Los promotores de la iniciativa, gente cualificada, vieron incluso cómo se frustraba una entrevista con el ministro Trillo, gestionada, por cierto, por María Bernarda Barrios. Se tuvieron que conformar con reunirse con el director general de Patrimonio, casualmente hermano del fallecido arquitecto del hospital en cuestión. Y ahí quedó la cosa hasta que, a finales de 2001, a Román alguien lo animó y, posiblemente, le convencería acerca de lo bien que quedaría comprando esas instalaciones. Pero el PP no perdona -concluimos nosotros- y menos cuando se trata de vender las joyas de la corona después de que las restantes automomías accedieran. Así que, rianga, más caro y más chico. Y para colmo, a compensar a Tenerife, para que la historia la podamos cerrar de la misma manera que la abrimos.