No hace ni siquiera una década, quizás seis o siete años, cuando lo más granado de la sociedad tienerfeña, con su Cabildo y sus ayuntamientos al frente, con las organizaciones empresariales, las agrupaciones de pulso y púa y, por supuesto, sus medios informativos, se conjuraron durante un almuerzo en el hotel Mencey para reclamar para Tenerife lo que en justicia creían que les correspondía. Gobernaba la comunidad autónoma un tinerfeño de pro, Adán Martín, y a él le reclamaban de manera contundente que abandonara la prudencia, y que incluso modificara la legislación si era preciso para que la isla pudiera alcanzar cuatro objetivos primordiales: el puerto de Granadilla, la tercera pista del aeropuerto Reina Sofía, el tendido eléctrico de Vilaflor y el cierre del anillo insular de carreteras. Fue una reunión de un encendido tinerfeñismo en el que se pudo oír de casi todo, por supuesto las correspondientes imprecaciones contra los ecologistas, a los que se suele responsabilizar de que los “grandes proyectos”, las “obras emblemáticas” no vean la luz del modo y manera que los prebostes quieren. Pero ni una sola palabra en esa reunión, a la que asistieron periodistas de Las Palmas, de potenciar el Puerto de Santa Cruz de Tenerife. Es más, tuvo que constituirse, de modo paralelo a ese cónclave de notables, una humilde asociación de defensa de ese recinto portuario que ahora, tantos años después, va y se lleva la razón en sus reclamaciones. La preside Pedro Anatael Meneses, que no es precisamente un aficionado de los asuntos portuarios: fue durante años director general de la Marina Mercante, sobreviviendo incluso los primeros meses del primer Gobierno de Aznar.