Fue a los pocos días de que se abrieran diligencias contra José Manuel Soria en el Tribunal Superior de Justicia de Canarias por el caso salmón cuando el consejero de Justicia, en la solemne apertura del año judicial, anunció que aquel caso de presunta corrupción se iba a acabar archivando. Dicho y hecho, oye, como si tuviera una inspiración divina porque no consta que a aquellas alturas hubiera tenido acceso alguno a las diligencias a través de alguna clave secreta del programa Atlante I, predecesor del derroche y el disparate del Atlante II. Quizás sea a ese archivo tan llamativo al que se quiere referir Paulino Rivero cuando habla de escándalos que luego “terminan en nada”. Porque es cierto, Soria no fue llevado a juicio por el caso salmón porque, a pesar de que el fiscal apreció delito prescrito, la magistrada instructora abrazó las mismas tesis sobre el cohecho impropio que luego derrumbó el Tribunal Supremo. Ruano lo clavó, tú, como clavaron en el entorno de María Isabel Déniz, hermana de la viceconsejera de Justicia, cuándo y dónde la iban a detener en el marco de la Operación Unión. Misterios sin resolver. Pero no es cierto que ni siquiera el caso salmón quedara “en nada”. Porque todo se supo, y el presidente lo supo todo.