No se andan con chiquitas en la localidad boliviana de Ayo Ayo, en el Altiplano, a 95 kilómetros de La Paz. Allí los vecinos, que debían estar hasta la gorra de la corrupción, cogieron a su alcalde, lo secuestraron, lo golpearon y lo quemaron vivo después de que un tribunal popular lo encontrara culpable. El Gobierno de Bolivia le tiene echado el ojo al líder de los aymaras y del movimiento étnico Pachacuti, Felipe Quisque, como inductor de tales sucesos porque, según dice, quiere implantar la República del Qollasuyu y echarse al monte, como si dijéramos. No ocurre lo mismo a este otro lado del planeta, donde también hay políticos corruptos pero los indignados vecinos que los soportan se conforman con cabrearse y, a veces, con no votarles.