Es delicada la tarea en la que se ha metido Candil, como les decíamos. No le tembló el pulso cuando permitió el cierre de la Asociación Ghandi, en Gran Canaria, tras negarse a enjugar el continuo y cada vez más astronómico déficit, sólo sufragado por la Administración. Tampoco se le ve tenso por haber rebajado en un 10% las aportaciones al centro de San Miguel, en Tenerife, tras detectar que tenía inflado el censo de toxicómanos a los que presta atención. Ese recorte y el cierre del centro de Añaza, motivado por la ausencia de clientela, ha despertado incluso al tinerfeñismo más simplón, mosqueado porque uno de Las Palmas ande mortificando a Nivaria. Es el primer caso que sepamos en que los vecinos se movilizan para que permanezca abierto un centro de drogodependentientes.