Se asientan los efectos del duodécimo congreso regional del Partido Socialista Canario, y con el paso de las horas se van asentando también las posiciones de cada cual. La de los que las sostienen sin acritud y de los que con acritud las van amoldando a las nuevas circunstancias. Se va clarificando el papel de cada cual y se van descubriendo roles que hasta ahora al menos nosotros desconocíamos. Porque también en esto de las luchas intestinas se pone a prueba la templanza, la prudencia y la habilidad del ser humano, sus ambiciones, sus miserias y sus miedos. Miedo a tener que buscar un empleo fuera del cargo público con el que el partido premió en un exceso de generosidad a quien luego se tornó flojo de espíritu, crítico en exceso hasta alcanzar la consideración de “traidor”. Miserias insularistas en un partido que en teoría tenía proscritos esos males endémicos de la derecha burguesa y rancia, o al menos domesticados. Porque ese del insularismo, del isloteñismo que llama Pepe Alemán, pudo haber sido el principal cisma vivido en un congreso que ganó por un 54% José Miguel Pérez sin que ninguna de las corrientes críticas, si se las puede considerar así, amagara si quiera con tener una alternativa que poder presentar a los delegados. Se trataba de colocar a los bandos, de imponerle al secretario general unos nombres que dieran gusto y satisfacción a las apetencias de las baronías sin tener que molestarse en construir una alternativa, por favor, qué vulgar eso de trabajar.