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Benyaich, “tocado” por el expresionismo alemán

Mohamed Benyaich lleva una vida espiritual, según el propio artista marroquí confiesa. Esa espiritualidad que marca su devenir diario en Tetuán se refleja en su obra, libre de ataduras conceptuales y sin ninguna pretensión doctrinal. Es la libertad creadora de un pintor que comenzó a serlo tarde, pasados ya los cuarenta. Con esa edad no estaba el hombre para dejarse doblegar por corrientes y postulados que le condicionaran sus pasos, por lo que tan pronto despertó su vocación pictórica, se dejó llevar por su espíritu como único guía y acabó dejándose “tocar”, como él mismo manifiesta, por artistas japoneses y alemanes. Son estos últimos los que más influencia tienen sin duda en sus cuadros. Sus últimas obras se exponen hasta el próximo 8 de mayo en la sala de arte Sous-Sol, de Agadir.

Sin título, pero con una línea común, la treintena de cuadros que se exponen gracias a la colaboración del Institut Français de Agadir nos revelan a un artista que se caracteriza por su humor y su carácter trasgresor, aunque él asegure que no tiene intención de reivindicar nada. “Es verdad”, confiesa, “que soy provocador, pero no de forma premeditada; lo que pinto es lo que me sale, desde luego no tengo pelos en la lengua”.

Y lo que sale puede ser el fruto de la inspiración surgida en una habitación de hotel de Rabat, como el cuadro en el que recrea una austera estancia hotelera con la imagen predominante de un personaje suyo. A Raimond, que así se llama su personaje, lo retoma Benyaich en muchas otras obras dando carácter grupal a gran parte de la exposición. Es lo que Benyaich denomina la serie Taller.

Como si se tratara de un cómic abierto, las paredes de la galería Sous-Sol, en el centro de Agadir, nos presentan distintas viñetas en las que el artista usa colores vivos en abierta influencia mediterránea, pero prescinde del brillo y la excesiva luminosidad en consonancia con su atracción centroeuropea. Los acrílicos sobre tablas no vienen más que a retratar la personalidad de un pintor que ante todo crea por gusto propio y le gusta hacerlo al descubierto, sin reparo a compartir ese acto íntimo con espectadores.

“Yo no me escondo”, declara en conversación con el periodista en un momento de la inauguración de la muestra. “A mí”, continúa, “me gusta trabajar al descubierto, incluso con gente en mi taller”. Sin embargo, ese aperturismo no va más allá. “Yo no reivindico nada, no hay ninguna pretensión social en mi obra porque tampoco sé como hacerlo”.

Son las palabras del autor de grandes tablas en las que aparecen un monigote crucificado y una figura femenina a culo descubierto que da la espalda al espectador mientras se muestra de frente a sus compañeros masculinos en la recreación pictórica.

Esas son algunas de las piezas que conforman la última producción de Benyaich, datada entre finales de 2012 y los primeros meses de este 2013. Y con ellas viene a Agadir por primera vez. “Es una ciudad que no conocía, pero que me está aportando muy buenas vibraciones”, afirma.

Satisfecho por la proyección que está teniendo su obra tanto dentro como fuera de Marruecos, Benyaich confirma lo que algún crítico ha destacado de muchos de sus personajes, y que no es más que los rasgos españoles que se advierten en ellos. “No es de extrañar, a mí me gusta España y soy de abuela española, así que mi gusto por lo español lo llevo en los genes”, señala.

Además, en su currículo vital y artístico destacan importantes hitos españoles, como sus cinco años en Alicante para estudiar Náutica y sus posteriores estancias en Madrid y Granada, donde estuvo becado para estudiar las disciplinas de Grabado y Escultura, respectivamente. Por si fuera poco, tiene un hijo que vive en Barcelona, por lo que es una ciudad que frecuenta.

Allí, en Barcelona, ha tenido la oportunidad de exponer, así como en Ceuta y en París, donde ha cosechado excelentes críticas. De París viene cargado con montones de billetes de metro que luego convierte en preciados cuadros con sus firmas. Y es que a este antiguo funcionario del Registro de Inmuebles de Tetúan le apasiona pintar miniaturas, para las que tanto le valen un billete de metro como una paleta para comer helado. La cuestión es dejarse llevar por su pasión, en su caso descubierta ya en edad adulta, pero que no hace más que sacar al niño que el artista lleva en su interior. Benyaich, desde Marruecos para el mundo.

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