La Falange vivió en Canarias ''luchas encarnizadas por el poder''
El historiador Ricardo Guerra afirma que la Falange en Canarias en sus orígenes fue un partido minoritario, posteriormente tuvo “enfrente” a buena parte de los poderosos tradicionales y fracasó en su intento de atraer a las clases populares, lo cual no impidió “luchas encarnizadas por el poder” entre sus dirigentes.
Ricardo Guerra, que ha investigado la historia del partido fascista español en el libro La Falange en Canarias (1936-1950), editado por el Centro de la Cultura Popular Canaria, asegura que hay importantes lagunas historiográficas sobre esa etapa, entre otros motivos, por tratarse de un asunto “complicado, reciente y que todavía desata pasiones encontradas”.
La Falange llegó a las Islas con un programa “muy españolista” y con la intención de desterrar las influencias extranjeras y aislar a los burgueses liberales y afines a la masonería, lo que entró en contradicción con los intereses económicos de los sectores vinculados a los negocios portuarios.
De hecho, en las luchas por alcanzar cotas de poder y repartirse “el botín” contribuyó al procesamiento de relevantes personajes de la burguesía con la acusación de apoyar a los masones.
En los primeros momentos de la dictadura los principales beneficiados fueron los grandes propietarios plataneros, que lograron “blindar” el mercado español.
Casi desapareció la exportación de papas y tomates, que dependía del Reino Unido, que no se recuperó sino a partir del final de la Segunda Guerra Mundial.
La Falange fue un fenómeno complejo y contradictorio, pues a pesar de ser el partido único no consiguió capitalizar el poder y, aunque empleaba en ocasiones un discurso de “reforma social” como enganche“ para atraer a las clases populares, era percibida como un verdugo, dado su papel en la represión y su alineamiento en la práctica con los sectores dominantes, y suscitó su rechazo.
El partido se fundó en Canarias con “muy pocos” miembros y tuvo dificultades para subsistir por falta de recursos y, sobre todo, porque el espacio de las derechas anti-republicanas estaba ocupado.
Al igual que en el resto del Estado, dependió en sus orígenes de la ayuda “de otras derechas” y se nutrió de elementos radicalizados de otros partidos, como Acción Popular.
Aunque con pocos militantes en un principio, la Falange creció rápidamente en Canarias tras la victoria del Frente Popular y, especialmente, tras el inicio de la guerra civil. Sin embargo, estuvo subordinada a los militares sublevados y de la oligarquía. Además, se encontró con la frontal oposición de los sectores dominantes, dado que estos “no financiaron una guerra para realizar reformas” sociales, apunta Ricardo Guerra.
Una muestra de su debilidad es que en Canarias, en concreto en Tenerife, tuvo mayor implantación en realizar “tareas de vigilancia” la organización Acción Ciudadana, vinculada a militares y al caciquismo, y en la que sus miembros entraron en el partido único tras la unificación de abril de 1937.
Pese a su incapacidad por capitalizar el poder político, Falange tuvo una importancia fundamental a la hora de “encuadrar” a la sociedad, fundamentalmente en las relaciones laborales y en el adoctrinamiento de jóvenes y mujeres a través del Frente de Juventudes y de la Sección Femenina, apunta el historiador.
Detalla que la política de beneficencia desarrollada por Auxilio Social era un elemento represivo y de control, papel que también reproducían las “visitadoras rurales” de la Sección Femenina, que divulgaban un patrón de mujer basado “en la sumisión al hombre, al Estado y a Dios”.
Desde los primeros meses de la Guerra hasta 1937 Falange estuvo controlada por Capitanía y al servicio de los militares y en Tenerife se vivieron meses turbulentos, con muchos cambios en las jerarquías del partido, debido a la marcha al frente de una parte de sus cuadros y a las tensiones internas. Los enfrentamientos internos y los intentos de “asalto al poder” continuaron hasta inicios de los años 40.
El momento de mayor intensidad coincidió con el periodo en el que Vicente Sergio Orbaneja ejerció como gobernador civil de Santa Cruz de Tenerife, quien acusó a las jerarquías anteriores de haber realizado una política “desastrosa” y que se enfrentó “con parte de lo más granado de la elite tinerfeña, pues llegó a encarcelar a más de un destacado miembro de las derechas en Fyffes”. Esa es la razón principal por la que este personaje es denostado por la burguesía tinerfeña.
También el gobernador civil de Las Palmas Antonio García López fue acusado de “muchísimas arbitrariedades”, señala Ricardo Guerra, quien explica que las luchas “encarnizadas” terminaron“ en Tenerife con el ”destierro en el interior de la isla“ del jefe provincial de la Falange, Francisco Aguilar y Paz, antiguo socialista, quien finalmente hizo carrera en Madrid como funcionario.
Aguilar y Paz rechazó, en un discurso en Puerto de la Cruz en 1938, la política “de palos y actitudes policíacas” y aseguraba que percibía “resentimiento entre los trabajadores” con respecto al partido.
Con el tiempo el partido único se convirtió en una “burocracia gris” del régimen y este proceso se vio acentuado en Canarias por la debilidad inicial de Falange.
El historiador entiende que, a pesar de los avances realizados, “aún queda muchísimo por investigar en Canarias en todo lo relacionado con la violencia política y la represión económica y cultural” registrada tras la Guerra Civil, así como en numerosos aspectos del periodo autárquico. Ello provoca que haya reservas a la hora de abordar ese periodo y que se pueda definir como “una herida mal cicatrizada”, sostiene Guerra.