Hay globos y globos
Hay globos rojos, como aquel que inmortalizó Albert Lamorisse en 1956 y que sirve de inspiración para que el gran maestro Taiwanés Hou Hsiao Hsien presente en la Seminci una obra serena, delicada y contenida, Le voyage du ballon rouge. Una joven china llega a París. Quiere rodar un corto sobre globos rojos, siguiendo los pasos de Lamorisse, mientras se encarga del cuidado de un niño, que paradójicamente, ya tiene quien le cuide: un omnipresente y sigiloso globo rojo. Lo mejor, las miradas y los paseos del globo por los tejados de París (sí, pasea y mira, aunque no se lo crean). Lo peor, que si ya va a ser complicado que esta joyita tenga un estreno masivo, lo de recuperar el clásico de Lamorisse se antoja imposible.
También hay globos en el pelotón ciclista. O mejor dicho, globeros. Es un término que los entendidos en el deporte del pedal utilizan para hablar del ciclista que no se deja la piel en la carretera, el que no ataca cuando debe y, en definitiva, el que desaprovecha las pocas oportunidades que le brinda la carretera. Una anciana en el ocaso de su vida, observa entre resignada y afligida la red de intereses económicos y emocionales que se tejen a su alrededor, con los bellísimos parajes de Cantabria de fondo, y la mano sabia de Mario Camus en la dirección. Entre los protagonistas principales de El Prado de las Estrellas hay un solo ciclista, pero también algún globero, algún personaje que se deja vencer por el pelotón de la vida, que no ataca cuando debe y que se siente a salvo en la indefinición. Lo mejor, Jose Manuel Cervino, más divertido que nunca. Lo peor, ciertos excesos literarios en algún dialogo.
Y también hay globos como los que se pillan los adolescentes protagonistas de la austriaca Todas las cosas invisibles. Durante día y medio seguimos las correrías de una pandilla de niñatos por las calles de Gratz, sus devaneos con el alcohol, las drogas, el sexo, etc, al tiempo que se nos quiere hacer partícipes de las vidas de un puñado de adultos que pululan alrededor. Pretendidamente real, vocacionalmente escandalosa, termina siendo un fiasco de campeonato, donde nada es creíble y nada importa. No hay nada peor que pretender ser real y quedarse en una fotocopia. Lo mejor, el paseo que quien les escribe se dio por Valladolid mientras terminaba la proyección de la película. Lo peor, que alguien haya decidido que la misma participe en la Seminci.