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Pedro García Cabrera. Notas para un gomero universal.

Retrato de Pedro García Cabrera / LOT

Pablo Jerez Sabater

San Sebastián de La Gomera —

En un poema fechado el 22 de julio de 1975 en Vallehermoso titulado Paisaje nativo mostraba así nuestro poeta sus recuerdos de niñez:

Cualquiera de estas piedras

-chácaras del silencio-

Puede croar la hoguera de mi infancia.

Rescatar esa imagen tan ligada a su isla natal como son las chácaras nos ofrece la posibilidad de repensar La Gomera desde su voz, desde la de ese hombre ligado inseparablemente al mar, al paisaje, al humanismo de sus gentes.

Nacido en Vallehermoso en 1905, su infancia transcurrió entre el verdor de las palmeras, el bravío azul de sus aguas y las más populares coplas que resonaban en su mente en las reuniones familiares donde, guitarra en mano, saltaban isas tras isas. Esta pureza lírica de lo humilde fue un pozo donde beber para nuestro poeta. Para el recuerdo siempre quedará esta coplilla que tanto le marcó:

A la mar fui por naranjas

cosa que la mar no tiene

metí la mano en el agua

la esperanza me mantiene.

Tras una breve estancia en Sevilla adonde fue destinado su padre, rápidamente regresó a Tenerife donde pasó casi toda su vida. Allí estudió bachillerato y comenzó –muy tempranamente- sus primeras composiciones poéticas. Tanto en Gaceta de Tenerife como en la revista Hespérides, nuestro joven poeta comenzó a dar muestras de su lírica que concluiría con la edición de su primer poemario, Líquenes, en 1928. En 1930, junto con un joven grupo de poetas fundará la revista Cartones con tintes vanguardistas y dará voz a la crítica más mordaz contra el caciquismo gomero en un periódico titulado Altavoz. Junto con otros gomeros como Gabriel Mejías Fragoso, Ulises Herrera y Guillermo Ascanio llamó la atención contra la desidia gubernamental de su isla natal a través de una sección titulada Por el ojo de la llave, toda una metáfora ingeniosa donde la crítica fue, a veces, secuestrada por la censura.

Un año más tarde, en 1931, inició su andadura política en una coalición republicana-socialista en Santa Cruz de Tenerife, convirtiéndose en portavoz del ayuntamiento capitalino. Su labor poética continuaría con la fundación de la revista Gaceta de Arte que le edita su segundo poemario Trasparencias fugadas (1934). Sin embargo, sus ideas políticas le llevaron a un primer exilio a Tafira (Gran Canaria) regresando un año más tarde a Tenerife, donde conocerá a uno de los personajes fundamentales del surrealismo, André Breton, suscribiendo un manifiesto de adhesión a este movimiento vanguardista.

Por sus ideas socialistas es detenido en la Guerra Civil y deportado un campo de prisioneros en el Sáhara del que, tras protagonizar una fuga, escapa hasta Marsella, regresando en ferrocarril a España. En el presidio escribe uno de sus poemarios más tremendos en cuanto a fuerza narrativa se refiere: Romancero cautivo. En Andalucía se integra en el ejército republicano donde sufre un accidente que le marcará y donde conocerá a su mujer en un hospital en Jaén, Matilde Torres. De su estancia entre el exilio y Granada desarrollará una poética muy personal que no verá la luz hasta la publicación de sus obras completas en 1987: Entre la guerra y tú (1936-39), Romancero cautivo (1936-40), La arena y la intimidad y Hombros de ausencia (1942-44) y Viaje al interior de tu voz (1944-46).

De regreso a Tenerife continúa su labor poética publicando señeros poemarios donde el mar, lo isleño, el paisaje o lo humano poblarán sus versos. Baste recordar uno de sus más célebres versos:

Un día habrá una isla

que no sea silencio amordazado.

Una voz que no calló hasta que le fue diagnosticado un cáncer a finales de los años setenta. Atrás dejó obras para el recuerdo: Día de alondras (1951), Vuelta a la isla (1968), Las islas en que vivo (1971) o Hacia la libertad (1978). La muerte le sobrevendría el 20 de marzo de 1981 a los 75 años. El recuerdo de nuestro poeta universal nunca quedará en el olvido, la voz que configuró el imaginario de una Gomera soñada libre. Valga nuestro pequeño homenaje a Pedro García Cabrera, el poeta, el hombre.

Silba más alto y sin tregua

silba una paloma blanca

que dé la vuelta a la tierra.

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