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El gozo de la presencia

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Para Luis Cobiella

con cariño infinito

de su eterna alumna.

Recuerdo que de chiquita mi abuela solía contarme una historia de mi bisabuela Cristina, que perdió a su marido cuando tenía 36 años de una enfermedad. Mi abuela me contó que justo antes de morir mi bisabuelo, mi bisabuela le pidió que mandara a decir en el cielo que se la llevasen a ella también pronto con él. Mi bisabuela murió muchos años más tarde, con 93 años, y por eso solía decir que “se ve que en el cielo tampoco te hacen mucho caso”, porque su marido no había conseguido llevársela allí con ella.

Me aprendí esa historia como una anécdota simpática de mi bisabuela. Sin embargo, poco a poco he ido descubriendo en esa historia un significado distinto y más profundo que el de la pura anécdota. Hoy me gusta pensar que en el cielo sí te hacen caso, y que en realidad mi bisabuelo no quiso mandar a buscar a mi bisabuela. La quería viva en la tierra, porque de esa manera él también seguía vivo a través de ella.

No hace mucho leí una frase de Fernando Savater que me hizo recordar esa anécdota de mi bisabuela. Decía Fernando Savater que visitando la tumba de un amigo querido había llorado emocionado, y no porque su amigo hubiese muerto, sino porque parte del propio Fernando Savater también había muerto con él, y porque al mismo tiempo, misteriosamente, el amigo seguía estando vivo a través de él.

Luis ha sido el que me ha revelado esa verdad llamándola directamente resurrección. En su libro de Jesús de Nazaret dice que morirá llamándose Concha y Concha en adelante tendrá que irse acostumbrando a llamarse Luis. Por eso Luis encomendó a Concha su resurrección.

Así es que el misterio de la resurrección, tan difícil de entender cuando uno lo aprende en los libros, es en el fondo algo tan sencillo, cotidiano y auténtico como seguir vivo en el amor de los que tanto te han amado y te seguirán amando. ¡Qué misterioso y poderoso es el amor cuando es capaz de manifestarse con fuerza hasta en la muerte a través de la resurrección!

Me gusta imaginarme a Jesús en la última cena como se lo imaginaba Luis, rodeado de sus discípulos, amigos queridos, sabiendo que aquella sería probablemente la última cena juntos, una cena de despedida. Me gusta imaginármelo compartiendo el pan y el vino con ellos, disfrutando del momento, abrazándolos y prometiéndoles que cada vez que se sentasen de nuevo en torno a una mesa para compartir el pan y el vino, el misterio del amor haría que él también estuviese allí con ellos.

Jesús sabía que iba a morir. Luis también lo sabía. Y ante la muerte pudo haber escogido el dolor de la ausencia para despedirse de su familia y de sus amigos queridos. Pero no, en lugar del dolor de la ausencia escogió el gozo de la presencia. Escogió resucitar a través del amor de los que le amaban, le aman y le seguirán amando.

Así es que entre el dolor de la ausencia y el gozo de la presencia, yo también escojo el gozo de la presencia. Escojo el gozo de la presencia de Luis, al que admiré y quise desde niña, al que sigo admirando y queriendo, y al que siempre admiraré y querré.

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