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Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera
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Espacio de opinión de La Palma Ahora

No solo de turismo vive el hombre

Elsa López

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Venía de Garafía escuchando a Joshua Bell interpretando un nocturno de Frédéric Chopin y el mundo me parecía especial y mágico a pesar de los baches y el pésimo estado de la carretera que baja y sube del Tablado a la general. Llegué a Barlovento y paré en un supermercado a comprar pan y en ese momento comencé a tener la sensación de irrealidad que me embarga cuando entro en algún sitio donde ya impera eso que llaman “la nueva normalidad”. Mascarillas blancas y azules, gente que no se acerca, que rehúye el gesto o la mirada que aún te pertenece. Había pasado de la luz, de la magia de los bosques de la carretera de Las Mimbreras, de los barrancos imposibles y de la belleza del mundo, a las poblaciones habitadas por seres iguales a los que pertenezco y me preguntaba qué estaba pasando, qué clase de existencia se había establecido entre nosotros para actuar de esa manera tan esquiva. Me comí un par de onzas de chocolate y me supo al chocolate de siempre. Bebí agua y me pareció la misma de siempre. ¿Qué había cambiado pues? ¿Por qué me sentía tan desolada, tan extraña? Pensé en los diagnósticos de los entendidos, en las palabras de los psicólogos que buscan un nombre para este nuevo modo de mirar el mundo o de querer entenderlo. Pensé en la nueva filosofía, en los avances de los economistas que intentan etiquetar la frustración de los humanos en ocasiones como las que vivimos y con los que he averiguado nuevas acepciones como “bien común”, “solidaridad económica”, “desarrollo en común”, y esas otras palabras que están en boga y que me temo pasan de largo para quienes deben aprenderlas.

Venía de una comarca herida de muerte económicamente y no supe escuchar todas esas diatribas sin que me subiera la rabia y la sangre a la cabeza. Todos hablan y se pronuncian sobre la llegada o no llegada de turistas a nuestro mundo, sobre hoteles y plazas en restaurantes y piscinas y no oigo a nadie hablar de los agricultores, de los pescadores y ganaderos. Y pensé que había un error en las propuestas, que no sólo de turismo vive el hombre, y que hay otros temas que solucionar previamente; trabajos y quehaceres que dan trabajo y vida a los pueblos y a sus gentes. ¿Qué pasa con la agricultura de nuestras tierras? ¿Sabe el gobierno que hay agricultores que defienden sus cosechas con uñas y dientes a la espera de una solución para poder seguir adelante? ¿Saben los que distribuyen las ayudas que es necesaria el agua, el reparto del agua, pienso para los animales, dinero para volver a plantar lo que se ha perdido, las cosechas que no se han vendido, la fruta y las flores que se han arrojado a la basura por no tener mercados donde colocarlas? ¿Lo saben?

Oír cómo se piensa invertir en hostelería y restauración y se habla sin cesar de mesas, colocación de mesas, apertura de hoteles, higiene de piscinas, y escuchar cómo se invierte en organizar las distancias en playas y bares mientras los agricultores y ganaderos ven unos cómo se agostan sus campos y otros cómo se pierden sus cabras, sus terneras y sus corderos porque no hay pastos, no hay comida para ellas ni dinero para comprarla, es, como mínimo, una falta de vergüenza por parte de aquellos que siguen pensando que Canarias es un lugar dedicado al turismo y sólo vivimos de él y para él y todo lo demás carece de interés o debe pasar a un segundo plano. Nadie discute la necesidad de que determinados sectores levanten cabeza porque nadie ignora los puestos de trabajo que ellos generan. Nadie está en contra de que haya trabajo para todo el mundo. La queja viene por el abandono de unos en beneficio de otros. Sólo eso. Y que algunos estamos hartos de escuchar la copla del turismo como si eso fuera el no va más de nuestra economía, cuando todos sabemos lo que esa propuesta esconde: el enriquecimiento de determinadas empresas de construcción, la inversión escandalosa en hoteles, carreteras, puertos y urbanizaciones innecesarias; el negocio de los tour operadores, compañías aéreas, alquiler de coches, y mil empresas más dedicadas al ocio de los posibles turistas que cuando llegan a nuestros campos nos observan con la curiosidad de quien vuelve a encontrarse con el hombre de Neandertal y eso los que viajan con un mínimo de interés, porque el resto solo llega para acostarse al sol que más calienta. Todos lo sabemos, lo hablamos en voz baja y nos delata el mal talante que a veces nos invade cuando vemos llegar los barcos, inundarse nuestras calles de seres sonrosados que dejan su dinero en bares y tiendas de recuerdos con el gesto displicente de quien se cree superior por llegar de tierras altas donde el frío les ha hecho creerse invencibles.

No me gusta esa clase de turista que viaja al sur de los países que ellos consideran retrasados política y culturalmente; países poco democráticos y excesivamente folclóricos, pero especiales y algo primitivos, lo que los hace terriblemente atractivos. No. No me interesa esa clase de gente que viene buscando el sol y determinados placeres y cuando se vuelven a sus países de origen se llevan una parte de nuestra tierra en el cuerpo y en la maleta y nos dejan basura en el mar, en las costas y en los arcenes de algunas carreteras a las que arrojan botellas, envases de tetrabrik y el papel higiénico de sus culos felices. No me gustan esos aviones recibidos con aplausos y bandas de música como si la llegada de los que vienen a visitarnos fuera el maná del desierto. No me gusta tanta bienvenida, tanto jolgorio, tanta alegría cuando hay miles de familias en nuestros campos haciendo cola para conseguir un kilo de arroz y dos botellas de leche para dar de comer a sus hijos. Y no hablemos de la ayuda a los bancos, a las grandes empresas automovilísticas, a los equipos de fútbol y a los actos irrelevantes de princesas aburridas y ociosas. No es que me parezca escandaloso, es que voy a ponerme a vomitar de un momento a otro y prefiero hablar de eso otro día que no haya tanta calima.

Elsa López

18 junio 2020

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