Llueve con plena razón

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Aunque mis últimos asomos lo hagan parecer, no me he vuelto un elegíaco empedernido, sino un retratista de la realidad que nos sacude. Y pide tonos grises.

Se suceden las noticias y días amargos. Así que llueve con plena razón.

En un corto periodo de tiempo, hemos ido despidiendo, uno tras otro, a los decanos del arte de los versadores. Ahora, esa que llaman (tan contradictoriamente) «ley de vida» nos ha robado a Esteban Rodríguez, conocido como Raúl «El de La Caldera». Se va así (quedando en nosotros) el último eslabón entre la antigua generación versadora y las presentes. Conque asumen la veteranía absoluta los baluartes de la que constituía, hasta la fecha, una etapa intermedia: la de Francisco Arteaga, Joseíto Bienes y Pepe Rocha.

Pero el caso es que con Raúl perdemos más que a un enorme poeta, más que a un lúcido improvisador, más que a un tonadista formidable y más que a un diestro tocador de punto (que todo eso era). Perdemos el cordón umbilical hacia el tiempo remoto de lo auténtico. Y también a un sabio rural (libro andante de saberes populares), a un pastor de cumbre (de morral y covacha), a un orador preciso, a un naturalista destacable, a un defensor constante y generoso del legado etnográfico palmero. Perdemos a un hombre franco, a un amigo verdadero.

En mi caso, crecí versando a su vera y atento a su consejo; pendiente de sus rumbos interpretativos y compositivos: canto de oro y verso pícaro. Por eso, y por el grado de cariño mutuo que alcanzamos, pierdo la figura del abuelo en mi familia versadora. De ahí que se multiplique el luto, de ahí que no pare de llover. Como llovía en su sepelio, como llueve en el alma y en los ojos. 

Para cerrar, transcribo del registro sonoro la décima que improvisé en su funeral, el pasado jueves (de fondo cantan pájaros y repican duelo las campanas del templo de la Candelaria, en su Tijarafe natal): 

«Raúl, supiste en la vida

acreditarte en la cumbre

del buen trato y del relumbre

de una décima florida.

Siempre ajeno a la caída,

como hombre y como pastor.

Finísimo versador

con ingenio a flor de frente

y una melódica fuente

que eterniza su rumor». 

Descansa en paz, compañero. Y gracias. Gracias por la siembra.

Yapci Bienes                                                                           

 

* Para una adecuada contextualización: esta nota se remitió el 25 de abril y por problemas en el envío no había podido publicarse.

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