Natalia G. Vargas / Andrea Domínguez Torres

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A Quique Curbelo, fotoperiodista de la agencia EFE, le temblaban las piernas antes de hacer la foto que ha dado la vuelta al mundo. Dudó de todo, hasta de la colocación de sus pies y de la técnica. Pero se sobrepuso, y logró hacer “la mejor serie que ha elaborado este año”. ''Es un colofón de un trabajo que hemos hecho entre todos. Si ese día mi jefe no me dice que me de una vuelta por Arguineguín para recoger el ambiente, no me habría quedado igual''. Fue el retrato de esta crisis migratoria: miles de personas hacinadas en el muelle y dos pateras entrando al puerto. Para tomar esa imagen, tuvo que pedir prestada una lente a un colega y “buscarse la vida”, ya que en las puertas del campamento los obstáculos eran diarios. Un día, un furgón policial. Otro, una valla a un kilómetro de distancia. Sus compañeros Elvira Urquijo y Ángel Medina se han encontrado con las mismas dificultades. A pesar de ello, entre los tres, han encontrado la manera de contar muchas de las historias que han marcado 2020.

Urquijo recuerda sus primeras fotos en el CATE (Centro de Acogida Temporal de Extranjeros) de Barranco Seco. Era de noche y, al bajar de la guagua, los migrantes se sentaron en el suelo bordeados con vallas. “Parecía Guantánamo”. Tampoco podrá borrar de su memoria todas las veces que ha fotografiado la llegada de cadáveres. “Cuando los bajan hay un silencio sepulcral que impacta mucho”. Ángel Medina se queda con dos momentos. El primero, la llegada de fallecidos en una patera a Arguineguín. “Ahí no estábamos tan lejos. Veías las personas en camilla delante de ti, sus caras, cómo te miraban, cómo sujetaban a los sanitarios”. El segundo, las llegadas a las costas de Gran Canaria de las pateras en las que solo venían mujeres, algunas de ellas embarazadas, y niños muy pequeños. Ahí surgió “una de las historias más bonitas del año”, la de la niña Mace. La menor se subió sola en una patera. Su madre había muerto y su padre no se sabía exactamente dónde estaba. Pocos días después de su llegada y gracias al descubrimiento de Medina, fue acogida por una familia canaria.

Perder las miradas

Más allá de la mejor o peor adecuación de sus equipos fotográficos, todos coinciden en que el principal problema ha sido la distancia. Ángel Medina subraya que la inmigración ''no es un tema para usar ópticas de fotografía de naturaleza o de deporte'', pero defiende que hay que adaptarse. Sobre todo, porque quienes ponen estas barreras solo reciben órdenes. ''Mientras los responsables no cambien el chip, esto es lo que va a pasar''. Algunas de las consecuencias de trabajar desde tan lejos es la normalización de la vulneración de los derechos humanos que sufrieron las personas en el campamento de Arguineguín. Elvira Urquijo recuerda como incluso dentro de su círculo ha conversado con personas más interesadas en las elecciones de Estados Unidos que en el muelle de la vergüenza. ''Nos cansamos de las mismas imágenes porque solo vemos bultos. Las caras son todas diferentes. Si te acercas ves los gestos, las heridas. Todo eso lo hemos perdido'', explica Medina.

Fotografiar los rostros también es determinante para que las familias puedan identificar a sus seres queridos y saber si están vivos o muertos. ''Una vez una ONG me pidió el favor de pasarle los rostros de las personas que venían en el cayuco que yo fotografié. Los familiares estaban preguntando por ellos porque había muchos muertos en la embarcación. No pude hacerlo. Estaba tan lejos que no se identificaba a nadie“, recuerda Elvira.

Para Ángel Medina, las trabas su trabajo son intencionadas. “Te hablan de dignidad y del protocolo COVID. Luego cuando viene un ministro entran todos en manada a hacerse la foto. Cuando vino el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, se me caía la cara de vergüenza. Ese día nos pusieron más cerca de la valla, y él ni miraba para el lado donde estaban los inmigrantes”. Quique Curbelo insiste en que lo único que quieren es hacer su trabajo y contar bien las cosas. “Hay días que volvemos a casa frustrados y sin material”. Todos ellos han vivido un antes y un después. “Mi padre fotografió el accidente de Los Rodeos desde la pista. Yo entré a un barco donde viajaron polizones desde África a Canarias. Luego no supe más de ellos. Todo eso ahora es impensable”, concluye Urquijo.

Correr a por la historia

La llegada de una embarcación muchas veces no se puede prever. Los fotoperiodistas distinguen entre dos tipos de situaciones. Por un lado, las pateras que son localizadas por los radares y que son rescatadas por Salvamento Marítimo. En esos casos, es más fácil llegar a tiempo. En otros casos, cuando los precarios barcos llegan por sus propios medios, hay que correr. “Vas como una moto para llegar lo antes posible. No solo con el objetivo de que sigan allí cuando llegues, sino que debes tener en cuenta que cuanto antes llegues, menos posibilidades hay de que la policía esté y te impida hacer tu trabajo”, señala Ángel Medina. Además, los tres trabajan para una agencia en la que hay que cubrir más acontecimientos. “No es lo mismo estar en la zona que tener que recorrer 60 kilómetros para llegar a algo”.

Pese a las limitaciones, Quique Curbelo destaca la importancia del equipo humano. En una ocasión, en el muelle de Arguineguín, fue un agente de la Policía quien le aconsejó que fuera a la playa de Triana. “Aquí vas a hacer la foto de siempre, me dicen que allí está llegando una embarcación por sus propios medios”, le comentó el policía. Otros días se trata de probar suerte. Muchas veces, Elvira decide asomarse al sur de Gran Canaria. A veces llegan cuatro pateras seguidas, otros días no llega ninguna.

Mientras tanto, la ruta canaria no muere. Al mismo tiempo que los tres fotoperiodistas relatan sus vivencias, un mensaje alerta a Quique Curbelo de que la Salvamar desembarcará a un grupo de personas esa misma tarde a las 15.15 horas. “Estamos hablando de cómo hemos vivido esta crisis, cuando esta crisis sigue existiendo”. Hasta ahora, además de las imágenes que han compartido con el mundo, se guardan para sí mismos un fuerte aprendizaje. Ángel Medina se lleva un recuerdo positivo y otro negativo. El primero, ver cómo la gente se vuelca con las personas que llegan. Lo malo ha sido percibir cómo hay cosas que no han cambiado desde la crisis de los cayucos de 2006. ''El discurso xenófobo cala rápido, porque hay responsables políticos que lo utilizan''.

Para Quique, ''lo mejor'' ha sido vivir el fenómeno de forma directa. Estar en centros, hablar con los inmigrantes y conocer sus historias. ''Debemos darnos cuenta de que “ellos” son nosotros''. Elvira Urquijo ha aprendido más de sí misma y de los demás. ''Quiero destacar lo que yo he podido aportar a esta situación. Espero que mi trabajo y el de mis compañeros haya servido para mostrar esta realidad incontestable y contrarrestar la xenofobia“. ''Todo el mundo aprende hasta el mismo día en que se muere, y espero que esto me haya hecho ser mejor persona. Lo que nosotros estamos haciendo aparecerá en los libros de historia”.

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