Los aborígenes canarios utilizaron el granero del Cenobio de Valerón hasta casi un siglo después de la Conquista

El arqueólogo Gabo Monzón y Felle, uno de sus auxiliares, agitan la cribadora en busca de vestigios del pasado. A simple vista, descubren un punzón elaborado con un hueso, probablemente de cabra, una lasca de basalto tallada a modo de cuchillo y varios trozos de cerámica; en uno de ellos se aprecian restos de la decoración del recipiente: unas figuras geométricas pintadas con almagre. En la parte superior de la criba quedan piedras que serán desechadas. La tierra que ha quedado depositada en el suelo, en cambio, se guarda en sacos blancos porque atesora una información muy valiosa que deben aportar las semillas camufladas en la arcilla. Cuando se procesen en el laboratorio, ilustrarán a los investigadores sobre el tiempo de uso de los silos de cereales y legumbres del Cenobio de Valerón, el mayor granero construido por los primeros pobladores de Canarias. El “yacimiento más espectacular del Atlántico”, como lo definió el historiador Celso Martín de Guzmán, está en el norte de la isla de Gran Canaria y estuvo operativo casi un siglo después de la Conquista.
El material que se está cerniendo se encontraba en el interior de los casi 300 silos de esta singular despensa. Fue utilizado como relleno hace medio siglo para construir una plataforma, con el propósito de que los visitantes pudieran admirar el granero desde la parte inferior y la panorámica , con solo girar la cabeza, del abrupto barranco en el que se encuentra este monumento arqueológico. Está labrado en una enorme oquedad volcánica en la cara sur de una montaña para parapetarse de los vientos alisios, predominantes en el Archipiélago, y está, explica el arqueólogo Valentín Barroso, codirector de Arqueocanaria, “perfectamente camuflado para pasar desapercibido ante posibles agresores foráneos”. La plataforma está sostenida por un muro que ahora se está desmantelando bloque a bloque, mientras se va cribando simultáneamente la tierra. El objetivo es recuperar el perfil original de este almacén de alimentos vegetales, tal como vemos debajo de esta párrafo en una imagen captada en 1927.

Restituir el yacimiento al estado en el que se encontraba cuando los conquistadores llegaron a las Islas no es el único objetivo de la excavación que se inició el pasado 3 de noviembre. Los arqueólogos están encontrando numeroso material en el relleno que se utilizó para la construcción de la plataforma. “Teníamos información proporcionada por el guardián que custodiaba el yacimiento cuando se abrió al público, en 1974, pero está superando las expectativas”, afirma la arqueóloga Consuelo Marrero, codirectora de la excavación. “Tenemos que aprovechar toda esta información para saber cómo se gestionaba este inmenso granero y durante cuánto tiempo estuvo funcionando”.
Y para ello, es clave analizar y datar todos los restos vegetales, las semillas depositados en el relleno. “Después de esta criba en seco, guardamos el material porque el siguiente paso es tamizarlo en húmedo, porque nos permitirá recuperar semillas al flotar sobre el agua”, explica Marrero. “A final de año debemos de tener nuevas dataciones”. Los cereales que consumían los aborígenes eran cebada y trigo y las leguminosas lentejas, habas y arvejas. Los análisis genéticos han demostrado que la cebada procedía del Norte de África; de los otros vegetales no se han realizado aun estudios moleculares, pero los indicios apuntan a que también fueron traídos desde allí, ya que “los nombres que le daban los aborígenes son los mismos que utilizan las poblaciones bereberes para denominar a esas plantas”, afirma el especialista Jacob Morales.
Las dataciones de las semillas “nos permitirá saber con más exactitud las fechas en las que se usó este granero”, señala la arqueóloga Marrero, resultados que se conocerán a final de año. Las dataciones realizadas hasta ahora, con semillas que fueron encontradas en otras intervenciones, apuntan a que su ocupación se inició en el siglo X y se prolongó al menos hasta la Conquista, aunque es factible su uso posterior “porque hemos encontrado restos de cerámica que no son de factura aborigen, ya que fueron moldeadas con torno y no a mano como hacía la población indígena”, apunta Marrero. Se trata de “cerámicas meladas, muy común durante las primeras décadas de la colonización castellana”, o sea, finales del siglo XV y principios del XVI. No obstante, como señala la propia investigadora y su socio en Arqueocanaria Valentín Barroso, “estas cerámicas europeas pudieron llegar al granero en época aborigen, producto del intercambio”.
Cheli Marrero tiene otros indicios del uso del Cenobio tras la Conquista. En la parte superior de la montaña en el que se encuentra el yacimiento, hay un poblado troglodita de la época indígena –El Gallego- y que hoy continúa habitado. “Es muy razonable que sus habitantes continuaran guardando el grano en los silos; de hecho hay un camino que une el granero con el caserío”. Lo que sí parece cierto, como reflejan las crónicas, señala Valentín Barroso, “es que dejó de usarse con la creación de los pósitos para guardar los granos”.
En sentido, la vigencia del Cenobio se prolongó varias décadas después de la Conquista. El doctor en Historia Pedro Quintana ha publicado una investigación sobre los pósitos. El primero que se creó en Gran Canaria fue en la ciudad de Las Palmas, en 1547, o sea, 64 años después de que la isla fuera conquistada. El segundo pósito se encargaba del suministro de cereales a las poblaciones del Norte; se inauguró en 1585, en Santa María de Guía, el mismo municipio en el que se encuentra el granero del Cenobio de Valerón. En consecuencia, no es arriesgado afirmar que el uso de este espectacular almacén se prolongara casi un siglo después de que la Isla pasara a estar dominada por la Corona de Castilla.
Granero comarcal
La única prueba para saber con más precisión el origen y el final del uso de este granero la tienen que aportar las dataciones de las semillas que se están encontrando entre las varias toneladas de tierra que se están extrayendo. Por los cálculos de los expertos, la excavación se prolongará hasta junio, dos meses más de lo previsto, “porque se trata de un trabajo muy laborioso, que hay que realizar con cautela ante la cantidad de material que estamos obteniendo”. La excavación se inició en noviembre pasado. Además de la intervención arqueológica, la plataforma de los visitantes será sustituida por una pasarela metálica muy ligera, que diseña un estudio de ingeniería y que “salvará el vacío del frente del granero y permitirá recuperar la sensación de abismo”, precisa la codirectora de la excavación.

El análisis de las semillas lo realizará un equipo de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, dirigido por Jacob Morales, un historiador especializado en carpología. Morales es un reputado carpólogo que colabora con instituciones nacionales, como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y que participa en proyectos internacionales. “Con los datos que tenemos registrados de excavaciones anteriores”, señala el doctor Morales, “las fechas más antiguas oscilan entre los siglos X-XI y las más reciente del XV”, el siglo en el que concluyó la Conquista de Canarias. La de Gran Canaria fue en el año 1483, mientras que la última isla en ser conquista fue Tenerife, trece años más tarde.
Cuando se daten las nuevas semillas se despejarán todas las dudas sobre la vigencia del granero. Tanto Cheli Marrero como Valentín Barroso creen que su uso es anterior al siglo X. ¿Por qué? “A diferencia de los otros graneros de Gran Canaria –la única isla con este tipo de infraestructura-, que son bastante más pequeños y estaban integrados en los poblados trogloditas o muy próximos”, señala Barroso, “el granero del Cenobio era comarcal, como indican sus dimensiones y porque está retirado unos kilómetros de los núcleos de población”. El principal fue la antigua Agáldar, el segundo pueblo más habitado de la sociedad indígena tras Telde. La actual Gáldar estuvo habitada al menos desde el siglo VII. Esos 400 años de diferencia con la datación más antigua del Cenobio es lo que induce a los arqueólogos a pensar que este granero fue usado más tiempo de los de cinco siglos en época aborigen certificados a día de hoy.
Barroso considera que después de la Conquista “se perdió su uso porque las crónicas y otros documentos reflejan la creación de los pósitos”, pero se perdería décadas después, como pone de relieve la investigación citada del historiador Pedro Quintana. No ocurrió lo mismo en graneros de Tejeda y Artenara, en el centro montañoso de la Isla, en los que continuó su uso tras la Conquista durante varios siglos, “porque estaban insertos en poblados de cuevas que siguieron habitados siglos después”, algunos incluso hasta la actualidad.
Coloso arqueológico
El Cenobio de Valerón debe su nombre a que en el siglo XVIII se pensó que los numerosos silos pudieran ser las celdillas habituales en los conventos o cenobios para que viviesen monjes o monjas. La visión romántica de que allí vivían unas sacerdotisas aborígenes célibes llamadas harimaguadas, -término citado en las fuentes históricas de la época-, en las que se alojarían las jóvenes de clase noble hasta su casamiento, prevaleció hasta que la ciencia determinó, en el siglo XX, que se trataba de un enorme granero.

Este yacimiento es el coloso de la arqueología de Canarias por su privilegiada ubicación, en una escarpada montaña de 400 metros de altura, un lugar que la naturaleza fortificó sin necesidad de la intervención humana, y por su número de visitas. Con 37.000 visitas anuales, es el segundo enclave prehispánico más visitado del Archipiélago. El primero es el parque arqueológico de la Cueva Pintada, la joya del arte rupestre de Canarias, en el vecino municipio de Gáldar. Construido aprovechando una gran cavidad volcánica, con 27 metros de longitud en su base, una altura de veinte y una profundidad de 35 metros, el granero del barranco de Valerón es una red de silos labrada en ocho galerías. Contabilizando los silos con puertas –son visibles las huellas de los bastidores-, son dos centenares, pero muchos de ellos tienen más cuevas en su interior, alcanzando la cifra de 298 silos, todos artificiales.
El granero se fue ampliando con el transcurso de los siglos, desde la parte inferior a la superior. Además del material reseñado, los arqueólogos han encontrado estos días varias herramientas líticas con forma de pico, que usaron los guanches para horadar la toba volcánica, un material fácil de manipular que facilitó la construcción de los silos. También han descubierto restos de molinos y morteros de piedras para moler cereales, como la cebada, con la que hacían gofio, esa harina marrón que desde entonces está presente en la gastronomía de Canarias.
La conservación de esta impresionante reliquia del pasado es un reto apasionante para los arqueólogos y una obligación para las instituciones públicas. En 2008 se ejecutó la restauración de los pilares más frágiles de algunos silos y el sellado de grietas. Durante la etapa más dura de la pandemia, Arqueocanaria –empresa que gestiona el parque arqueológico- realizó dos acciones, una para realzar el yacimiento y amplificar su comprensión con la reconstrucción de varios silos tal como eran antaño, y la otra para erradicar las palomas y eliminar sus excrementos. Con un sistema de ultrasonidos que emulan el graznido de los halcones, las palomas prácticamente han desaparecido.

Los historiadores han llegado la conclusión de que este gran almacén de alimentos estaba controlado por las élites, por el guanarteme. “Es un granero enorme, capaz de almacenar toneladas de cereales y estaba custodiado”, señala Valentín Barroso. Una prueba de esta última afirmación son las cuatro cuevas de habitación existentes en el yacimiento. Barroso está convencido de que eran los habitáculos “de las personas que custodiaban el granero, guardianes que eran mantenidos o retribuidos de alguna manera por la comunidad”.
La ubicación del Cenobio de Valerón es estratégica y “sin duda era un granero de carácter comarcal”. El norte de Gran Canaria era, junto con Telde, en el este, las dos comarcas más habitadas cuando llegaron los europeos. De ahí la importancia de este almacén para la comunidad. En la cima de la montaña hay un tagoror –guanchismo reconocido por el diccionario histórico de la lengua española y significa lugar de reunión- muy vistoso, con seis asientos labrados en la roca. Se trata del Tagoror del Gallego, muy cerca del barrio troglodita de mismo nombre. En la época indígena, un camino unía el poblado con el granero, sendero al que llegarían con su grano los habitantes de la antigua Agáldar y otros asentamientos. Hay un proyecto en marcha para restaurarlo y abrirlo al público.

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