Una investigación rescata la memoria de El Mojón, el centro locero más importante de Lanzarote

Los investigadores y alfareros Toño Armas, a la izquierda, y José Ángel Hernández, machacando pedazos de tierra.

Luis Socorro

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Una aldea remota de poco más de cien habitantes, en la árida estepa del municipio de Teguise, atesora un legado poco conocido más allá de los lindes de la primera capital de Lanzarote. Se trata de la cerámica pintada de El Mojón, “la única muestra de alfarería tradicional pintada en Canarias”, asevera el historiador Jesús Cáceres Rodríguez, coordinador de una investigación arqueológica, etnográfica e histórica sobre el centro locero de El Mojón, una rudimentaria industria que protagonizaron las mujeres de este pueblo y que alcanzó su esplendor en el siglo XIX.

“Los muchachos corretean en el camino y, a ratos, entran en el patio y se untan las manos de barro. La madre atiende a la olla, que un día hiciera su abuela con la misma tierra que hoy se remoja en un rincón de la casa. Hierve y humea sobre unas brasas de carozos, y en la estancia ya huele a potaje”. Así empieza el prefacio de La cerámica pintada de El Mojón, Lanzarote, estudio financiado por el Instituto Canario de Desarrollo Cultural. El autor de esas frases es el maestro alfarero e investigador Toño Armas Acuña, precursor junto a José Ángel Hernández Marrero de la obra presentada a finales del pasado mes de enero.

La cerámica pintada de El Mojón, nos ilustra Jesús Cáceres, “consiste en un modelo cerámico existente en la isla de Lanzarote, donde su carácter estético y refinado ha servido como símbolo de referencia del pago de El Mojón”. Esta loza- como se denomina en Canarias la cerámica tradicional- “se caracteriza por encontrarse bañada por tegue, creando una capa ligeramente impermeable que proporciona a la pieza diferentes tonos, desde colores crema a tonos anaranjados. Sobre esta capa, las manos pausadas pero firmes de las loceras plasmaron motivos vegetales, geométricos, alfabéticos y de animales, que se entremezclaban entre sí creando piezas de un finura excepcional y muy valorada por los habitantes de la Isla”. 

Al igual que las lozas que elaboran los guanches, las piezas de las alfareras de El Mojón se hacían a mano, sin torno. Por eso, no hay ninguna escudilla, amasadero, plato o sahumador idéntico a otro. Las producciones cerámicas indígenas se caracterizaban, explica Cáceres, “por ser descentralizadas, sin que se hayan documentado talleres o focos alfareros especializados; es decir, sería del tipo familiar y estaría elaborada, según las fuentes etnohistóricas, por las mujeres que confeccionaban piezas, objetos y vasijas para el uso doméstico”. 

La cerámica tradicional de las islas, después del proceso de conquista del Archipiélago, en cambio, sí contó con centros de producción estables, como el de La Atalaya, en Gran Canaria, que estuvo operativo hasta casi finales del siglo XX y que continuó la tradición alfarera de los indígenas que poblaron ese pueblo troglodita,  hoy habitado por más de 2.000 personas. Otros pueblos de tradición ceramista fueron Lugarejo, también en Gran Canaria, o Candelaria y Arguayo, en Tenerife, lugares que están habitados desde la época guanche.

El sistema de elaboración de los primeros colonos de las islas era a mano. Mezclaban “el barro y la arena, como desgrasante, y empleaban la técnica del urdido, ahuecado y estirado”. Las piezas expuestas en los museos arqueológicos de Canarias presentan alisados y algunas poseen decoraciones incisas, finas o acanaladas. Los motivos decorativos suelen ser geométricos y líneas.

La visita de Rene Verneau

Las lozas pintadas de El Mojón, sin embargo, estaban decoradas por figuras de animales, aves principalmente, y motivos vegetales, además de los geométricos heredados de la época indígena. En su trabajo, Cáceres sostiene que “había decoraciones que se repetían, casi iguales, una y otra vez. También se inventaba, bien cuando la locera tenía la ocurrencia o cuando quien compraba pertenecía a una familia acomodada y pedía algo diferente. En este caso, podía traer un modelo, generalmente importado, que quería que se reprodujera. En alguna otra ocasión, esa reproducción podía referirse a la forma, que también se copiaba de un modelo importado”. 

El antropólogo francés René Verneau, uno de los primeros científicos en investigar la cultura de los guanches durante años, conoció de primera mano la cerámica de las alfareras de El Mojón. Describía las piezas recibidas como “fuentes redondas u ovaladas de varias dimensiones; platos hondos, ollas, un tofio para ordeñar cabras y una serie de pequeños dromedarios, unos con silla de montar, otros con la de carga y, finalmente, otros sin arreos. Sobre la decoración, escribió que ”se le da forma con las manos y después de que se seca un poco se alisa con la ayuda de una piedra; decoran sus productos con dibujos pintados al ocre. Normalmente estos dibujos representan plantas y, a veces, pájaros. No es necesario decir que son de una ingenuidad tal que a veces uno se pregunta si se trata de un vegetal o de un animal. Otro sistema de decoración consiste en líneas rectas, curvas o sinuosas y en puntos gruesos que forman manchas dispuestas con alguna simetría“.

René Verneau recibió varias piezas como regalo. La colección actualmente se encuentra depositada en el museo Quai Branly como testigo incorruptible de la pequeña pedanía conejera. En Canarias, se conservan piezas enteras en los fondos del Cabildo de Lanzarote, en el Ayuntamiento de Teguise, en la Fundación Cesar Marinque y en domicilios privados, como las tres piezas que ilustran este reportaje.

Contexto histórico

El Mojón se fundó a principios del siglo XVII, al menos de esa fecha data las primeras referencias documentales. Los primeros testimonios de su existencia coinciden con la antigüedad de su ermita. “En 1737”, cuenta Cáceres en su trabajo, “se hace referencia a la presencia de unos 40 vecinos en el lugar, lo cual debía representar unos 180 habitantes. Cifra de consideración, si se atiende a la generalizada emigración” forzada por erupción de Timanfaya. La población aumentó en el último tercio del siglo XVIII con “la llegada de palmeros y tinerfeños como mano de obra destinada a la explotación de los campos de labor”. 

La web oficial sobre la historia de Teguise sitúa a finales del siglo XIX la época de mayor esplendor de El Mojón. Había una cabaña de 40 dromedarios, signo de riqueza y poder. La decadencia se inicia a principios del actual siglo XXI. Se abandona gradualmente la agricultura porque los jóvenes marchan a la capital, Arrecife, y a los núcleos turísticos de Lanzarote. 

La alfarería ha desaparecido del pueblo, pero gracias al trabajo La cerámica pintada de El Mojón, Lanzarote, se ha rescatado la memoria de esta aldea, protagonizada por el legado de sus alfareras. El elemento diferencial de la cerámica de El Mojón es el uso de tegue o teigue, un material que se aplicaba con la mano y que servía para impermeabilizar la pieza como capa superficial a modo de engobe. 

La investigación coordinada por el historiador y arqueólogo Jesús Cáceres es sobresaliente, pero todavía es insuficiente. El propio autor reconoce, en el epílogo del libro editado por el Gobierno de Canarias, que todavía hay incógnitas: “¿Cuándo y quién introdujo el uso del tegue como cobertura para la cerámica? ¿El uso de la pintura con tierras coloradas y almagres fue una consecuencia del uso del tegue? ¿Cómo fue la evolución de estas prácticas hasta llegar a la loza de El Mojón que conocemos? ¿Tuvo alguna influencia que los majos usaran el tegue en algunas de sus construcciones para el uso posterior de éste en la cerámica? 

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