La fábrica del 'sombrero' del Teide y la 'panza de burro'

Efe

La interacción entre el océano, la atmósfera y el relieve hace de Canarias una auténtica “fábrica de nubes” como las popularmente llamadas “panza de burro”, el “sombrero” del Teide y los gigantescos cumulonimbos asociados a temporales, que pueden superar los siete kilómetros de altitud.

Rubén del Campo, observador meteorológico del Centro de Investigación Atmosférica de Izaña de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), explica a Efe que si las islas no estuvieran situadas en su emplazamiento en el Atlántico frente a la costa occidental africana “habría nubes que no se formarían”.

El meteorólogo señala que una de estas formaciones son los estratocúmulos, una capa de nubes conocida como la “panza de burro”, que cubre de un cielo gris plomizo lugares del norte de Tenerife como Puerto de la Cruz o refresca la playa de Las Canteras en la capital grancanaria.

Es el mismo fenómeno que el “mar de nubes” similar a una capa blanca de algodón muy brillante debajo del Teide, lo que se debe a que esta especie de toldo evita que llegue hacia abajo toda luz solar pero, observada desde arriba, sí la refleja en toda su intensidad.

Ello se debe, detalla Rubén del Campo, a que los vientos alisios encuentran en las islas -sobre todo las más montañosas- un relieve tremendamente elevado, como si tropezase con “pirámides, con unas montañas que emergen del mar”.

Cuando el aire encuentra un obstáculo tiene que superarlo y una de las formas de hacerlo es ascender por la ladera, como ocurre en el valle de La Orotava.

En dicho ascenso se produce un fenómeno de enfriamiento de la masa de aire y desciende su capacidad para retener vapor de agua, por lo que éste se condensa y se forman las nubes.

Por ello a veces los cielos alrededor de las islas aparecen completamente despejados mientras que desde las cumbres se observa este “mar de nubes” y la ya mencionada “panza de burro” desde las costas del Norte de la isla.

Rubén del Campo precisa que los alisios llegan en verano hasta una altitud de entre 800 y 1.000 metros y señala que cada isla en Canarias es similar a un continente en miniatura porque albergan gran cantidad de paisajes y microclimas diferentes, algo en lo que los vientos tienen una enorme influencia.

Los alisios tienen un recorrido marítimo muy extenso pues llegan a Canarias desde latitudes bastante “superiores” a las de Canarias, al oeste de la Península Ibérica.

Su motor es el anticiclón de las Azores junto con una baja térmica que se forma en verano en el continente africano debido al intenso calor del Sáhara.

La presencia de dicha baja junto con el hecho de que el anticiclón de las Azores se encuentre en verano en latitudes más altas provoca que en esta época los alisios tengan un mayor recorrido marítimo que en invierno.

Los alisios se cargan de humedad en la superficie oceánica y se van enfriando, lo que hace que Canarias tenga veranos más frescos de los que por su latitud le correspondería, indica Rubén del Campo, que precisa que en la misma época las temperaturas son mucho más elevadas en la fachada occidental del Atlántico.

Además, por encima de la capa dominada por los alisios se produce en las islas el fenómeno de la “subsidencia anticiclónica”, que consiste en aire que desciende de la alta a la baja troposfera y, al descender, se va calentando y llega muy seco a la superficie.

Esta subsidencia actúa como un “tapón” impidiendo que las nubes puedan seguir ascendiendo, adoptando su típica configuración en forma de capa, con mucha más extensión horizontal que vertical.

De ahí procede la gran diferencia de clima entre las medianías y las cumbres, cuando hay “fresco” en La Laguna, nubes en La Esperanza y está muy despejado, seco y cálido en la cumbre, dice Rubén del Campo como ejemplo.

Y es que podemos hablar de la presencia de dos masas de aire claramente diferenciadas: la más cercana -fresca y húmeda- llega de la costa hasta los 800 -1000 metros en verano, y la más seca y cálida se sitúa por encima de esta cota.

Es perceptible en el notable cambio de vegetación que se produce al llegar a Izaña, cuando desaparecen los pinares y masa arbórea para dar pasado a las retamas, tajinastes y otra vegetación apta para la sequedad extrema.

Otra de las nubes “fabricadas” en Canarias es la llamada “sombrero del Teide”, que en el argot técnico es conocida como “altocúmulo lenticular”, un fenómeno interesante “porque nos topamos con la sabiduría popular, que indica que cuando aparece lloverá en las próximas horas o días y no es casualidad que acierten”.

La formación de esa nube en el pico del Teide revela la presencia de humedad y viento en esos niveles, y eso puede ser un indicativo de que se acerca tiempo inestable.

La inestabilidad en la atmósfera primero suele notarse en las capas altas antes que en la superficie y cuando durante unas horas se forma esa nube “muchas veces es un indicativo” de que llegan temporales a Canarias, añade el meteorólogo, aunque precisa que no siempre que se observa la nube se cumple este hecho.

Precisamente también las islas influyen en la formación de los cumulonimbos, las grandes nubes asociadas a temporales de grandes lluvias y granizo en un corto espacio de tiempo y que para que se formen necesitan un ingrediente extra: aire frío en altura.

Las islas más montañosas de Canarias producen un efecto de “disparo orográfico”, de forma que cuando la masa de aire húmeda se topa con las islas en lugar de formarse estratocúmulos como la “panza de burro”, si hay inestabilidad, la masa de aire asciende hasta niveles muy altos ya que no encuentra barreras.

Es decir, prosigue Rubén del Campo, las islas son como un trampolín por el que la masa de aire se transporta hacia arriba y la humedad se condensa con rapidez, con nubes de hasta 7 kilómetros aunque las más potentes pueden alcanzar los 9 kilómetros de altitud.

“Son terriblemente grandes y son las que dejan los grandes temporales”, añade el observador meteorológico.

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