Atrapada en una caravana cinco meses después de ver su barrio desaparecer bajo la lava del volcán de La Palma

Ana, vecina de Todoque, y Olga, de Las Manchas, conversan en el salón improvisado que han creado junto a las caravanas en las que viven desde que el volcán de La Palma erupcionó

Natalia G. Vargas

Los Llanos de Aridane —

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El mantel de Navidad todavía cubre la mesa en la que Ana y Olga pasan las tardes. Son amigas desde hace años y ahora también vecinas de caravana. Antes de que erupcionara el volcán de La Palma el 19 de septiembre, solían recorrer en ella el Archipiélago junto a sus maridos, y pasaban hasta una semana durmiendo en ese pequeño espacio que no supera los ocho metros cuadrados. Desde hace ya cinco meses, la caravana es la única alternativa habitacional que les queda. “A veces tengo lapsus y pienso que tengo que volver a mi casa, pero ya no está, aunque en mi mente aún recorro los pasillos”, cuenta Ana, vecina del emblemático barrio de Todoque, enterrado bajo la lava.

La vivienda de Olga, en el pueblo de Las Manchas, sigue en pie. Ya está libre de ceniza para volver a ser ocupada, pero no hay agua corriente, luz, conexión a Internet, o un centro de salud cercano. “Si tienes una emergencia por la noche, tienes que recorrer una hora y media de carretera”. 

Cuando llega la hora de la sobremesa, Ana cruza la calle para ver con su amiga la telenovela. La tarde de este miércoles es más ajetreada de lo habitual. A dos días de que el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, los líderes autonómicos y siete ministros y ministras visiten el municipio de Los Llanos de Aridane, los operarios trabajan a destajo para concluir la instalación de cinco viviendas de madera frente a la hilera de caravanas.

''Me han dicho que esas son para familias más grandes y yo vivo sola con mi marido'', cuenta la vecina de Todoque, que hasta ahora ha recibido 4.000 euros en donaciones y 60.000 euros de ayudas públicas. ''Parece mucho dinero, pero con eso no puedes ni construir ni comprar una casa. Preguntamos para irnos de alquiler pero los precios están disparados. Nos pedían 800 euros por un piso de una habitación''. 

Ana no pudo sacar nada de su vivienda. Ni recuerdos familiares, ni papeles, ni ropa. No se esperaba que las coladas pasaran por Todoque. “Cuando vi desde el patio reventar el volcán me quedé desorientada. No sabía ni dónde estaba la cocina para coger las llaves del coche. Nunca me había sentido tan ciega”, recuerda. Su marido había construido dos viviendas en el barrio, pero una no estaba del todo legalizada. En el caso de la otra, la pareja ha tenido que enfrentarse a un enjambre burocrático para demostrar que era suya. “No sé ni cuántas veces hemos ido a la Casa Massieu”, habilitada como una Oficina de Atención a los Damnificados. 

En su caso, Olga solo ha recibido los 4.000 euros de donaciones. Aunque su casa no sucumbió a la lava, muchas de las habitaciones están destrozadas, pero no sabe si recibirá alguna ayuda para reformarla. Tampoco tiene esperanza en que las visitas del rey Felipe VI y de los presidentes, previstas para este 24 y 25 de febrero, cambien en algo su situación. “A lo mejor vienen a hacernos un bizzum a cada uno. Tenía que haber preparado la ropa de gala”, bromea. Estos cinco meses han sido catastróficos económicamente para ella y su marido, autónomo y propietario de un restaurante en Las Manchas. “Estuvo pagando tres meses la cuota de autónomo aunque no pudiera abrir el restaurante por el volcán”, recuerda. 

La primera noche que Olga pasó en Las Manchas después de la erupción no pudo dormir. “Tenía la sensación de que iba a tener que salir corriendo. Miraba por la ventana y todo estaba oscuro”. Tampoco Ana puede dormir en la caravana. Aunque su hija es psicóloga y se lo aconseja a diario, ella aún no ha pedido asistencia psicológica, pero sabe que la necesita. Si preguntan por psicólogos en la Casa Massieu, ya no hay ninguno, y los trabajadores remiten a los servicios municipales.

“Los primeros días las coladas bordearon mi casa formando una especie de isla. Mi marido y yo bromeábamos y decíamos que podríamos volver aunque fuera caminando encima de la lava. Después, cuando el volcán se la llevó, en mi mente había aún una esperanza de volver. Es ahora cuando estoy dándome cuenta de lo que ha pasado”, retrata. 

De pronto, una llegada esperada interrumpe la conversación. Es Inés, que casi todos los días se desplaza desde Tijarafe hasta Los Llanos para pasar la tarde con sus amigas. Este miércoles ha traído bombones y una bolsa con caldos y verduras. “Cuando yo lo he necesitado, ellas han estado para mí, y ahora yo estoy para ellas”. Ana reparte el chocolate para endulzar la tarde y se prepara con su amiga para el nuevo capítulo de Pasión de Gavilanes.

De vivir en el campo a un alquiler

Yomaira también vivía en Todoque. Su infancia la pasó de casa en casa, y en 2007 encontró por fin un hogar donde pensaba pasar el resto de su vida. Su padre le cedió la vivienda de palabra, pero seguía a nombre de él. Esto se ha convertido en un lastre para enfrentar los trámites administrativos que le permitan acceder a las ayudas. La última carta que ha jugado es la presentación de un documento notarial que explica que la casa era suya porque su padre, que ahora vive en Navarra, se la dio. 

La erupción de Cumbre Vieja le ha obligado a volver a dar tumbos en busca de un lugar estable en el que residir. Primero convivió unas semanas con su hermana. Después, alquiló una casa por 500 euros al mes, pero a los quince días el casero le dijo que necesitaba la vivienda. La mensualidad y la fianza la pagó con ayudas de Cruz Roja y del Ayuntamiento de Los Llanos. Desde enero vive en un piso que le arrendó su tía por 350 euros al mes.

Tanto su ánimo como el de su hijo de dos años han mejorado, aunque aún tengan que sacar ceniza del jardín. “¡Este es mi patio! ¡Esta es mi casa!”, celebra el pequeño Leandro mientras su madre explica cómo las primeras semanas el niño no quería ni ver el volcán. “Encendíamos la televisión y la teníamos que apagar, porque todo el rato eran imágenes de las coladas. Él me decía: ”Mamá, está todo destruido“. 

Pocas horas antes de que erupcionara el volcán a las 15.12 horas, Yomaira había preparado una pequeña maleta en la que metió algo de ropa vieja para ella y más mudas para su hijo. Aún se ríe cuando recuerda el momento en el que abrió su equipaje. “Me dije a mí misma: ¿pero qué cogiste Yomaira? Pero es que yo pensaba que iba a volver”. Su pareja, que trabajaba rescatando animales de la zona de exclusión, sí pudo entrar a la vivienda dos veces antes de que se la tragara la lava.

Casi todo lo que hay en el interior del piso fue salvado del volcán. Unos manteles bordados por su bisabuela, el microondas, o los discos de su juventud, entre ellos álbumes de Melendi, Estopa o Maná. El pequeño de dos años también pudo rescatar algunos juguetes. “Yo no le echo la culpa a nadie de lo que pasó, porque fue cosa de la naturaleza. Yo ahora para estar bien me centro en el momento presente y en el niño”. Otras personas, por el contrario, para sobrellevar la situación han tenido que recurrir a la medicación. Yomaira trabaja en una farmacia de El Paso y lo ha percibido. “Mientras el volcán estaba despierto preguntaban por pastillas para el dolor de cabeza o para dormir, ahora piden antidepresivos''.

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