Recuerdos sepultados bajo las cenizas de Todoque

Vista de una de las coladas del volcán de La Palma desde Todoque Alto

Natalia G. Vargas

Los Llanos de Aridane —

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Tres días después de que comenzara la erupción de La Palma, más de 250 familias entraron en Todoque para salvar sus recuerdos del volcán. En solo 15 minutos, los vecinos tuvieron que apañarse para sacar muebles, colchones, fotografías y documentos. El corte para acceder a la zona de exclusión estaba instalado entonces en la gasolinera de La Laguna. Por allí salió Eli, llorando sentada sobre sus enseres en una camioneta. En la actualidad, esta estación y el barrio de Todoque solo existen bajo las coladas de lava.

Ahora “parece que ha habido una nevada de ceniza”, comentan algunos periodistas que pudieron desplazarse a Todoque Alto durante la tarde de este miércoles. Hay algunas edificaciones que siguen en pie y se dejan entrever sobre las dunas negras que lo inundan todo. Las viñas, los aguacateros y los pequeños cultivos privados que tenían las familias están destrozados. 

A lo lejos, las coladas convierten en fuego una vivienda ante los ojos de Francisco Bolaños, un bombero del Consorcio de Gran Canaria. “Estábamos trabajando limpiando y hemos visto cómo ha roto por aquí. Va muy rápido y tenemos miedo de que corte la carretera de bajada a Puerto Naos”. Alterado, Bolaños repite que “ante la naturaleza no se puede hacer nada”. “Hemos avisado al PMA (Puesto de Mando Avanzado) para que tome las medidas que convenga”, añade. El director técnico del Plan de Emergencia Volcánica de Canarias (Pevolca), Miguel Ángel Morcuende, explicó este 28 de octubre que los aportes de lava avanzan fundamentalmente por la colada primigenia y por la número 4, que se encuentra al norte de la montaña de Todoque. 

Desde Todoque Alto se observa una imponente columna de ceniza que surge desde el cono principal del volcán y que dibuja un ambiente apocalíptico. Este miércoles se liberó una importante cantidad de dióxido de azufre, alcanzando las 37.350 toneladas diarias, según explicó el comité científico. Del mismo modo, se notificó un aumento del dióxido de carbono, hasta alcanzar las 1.320 toneladas diarias después de varias jornadas con tendencia a la baja. 

Los últimos datos concluyen que el volcán ha destruido ya 1.038 edificaciones de uso residencial, 135 de uso agrícola y 64 de uso industrial. Enfrentarse a la pérdida es uno de los principales retos para la población palmera, que lleva casi seis semanas viviendo bajo la sombra del volcán. Miguel tiene 70 años y vivía en Las Manchas, uno de los primeros barrios en desaparecer y al que finalmente no pudieron acceder los medios de comunicación por la lluvia incesante de piroclastos. 

Frente a la Casa Massieu, habilitada como oficina de atención a los damnificados por el volcán, Miguel conversa con otros vecinos que intentan que encuentre algo positivo después de la catástrofe. “Yo de momento no lo veo. Ya no es lo material. Es el hogar, lo cotidiano. Toda mi ilusión antes era llegar a casa y ahora no puedo ni mirar para Las Manchas”, cuenta. 

La psicóloga Estefanía Martín lleva desde el 19 de septiembre ofreciendo acompañamiento a quienes lo soliciten. La profesional advierte un aumento de la ansiedad y depresión, así como de los pensamientos suicidas. “Hay muchas personas que vienen diciendo que ya no quieren vivir”, asegura. Martín insiste en que los círculos más cercanos a las personas afectadas deben estar atentos a estos comentarios y ''tomarlos en serio para no llegar tarde''.

Otra de las grandes preocupaciones de quienes acuden a la Casa Massieu a hablar con las dos psicólogas que trabajan allí son sus recuerdos. ''Ya no es tanto lo material, sino todo lo que tiene detrás. Su primera ecografía, el dibujo de su hijo de tres años o el primer ladrillo que trajo su padre“ , describe Martín.

A cinco kilómetros, en Puerto Naos, aún hay esperanza. Se ha convertido en un pueblo fantasma, y la única vida que se respira es la de dos gatos que siguen merodeando por sus calles. Todo lo demás son vidas paralizadas a la espera de poder volver.

Desde allí, la directora del Instituto Geográfico Nacional (IGN) en Canarias, María José Blanco, recuerda que la labor científica tiene una misión: proteger las vidas humanas. Para la experta, es más sencillo subir el nivel de alerta que bajarlo, ante la responsabilidad que supone dar por finalizada la emergencia cuando hay tantas familias afectadas. Frente a todo, sostiene la importancia de la divulgación científica, en un año en el que esta materia ha preparado a la población frente a la COVID y a la erupción: ''La mejor forma de enfrentar un problema es conocerlo''.

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