La lucha de una familia exiliada por la memoria del último gobernador civil de Tenerife durante la República
Apenas unos días antes del golpe de estado de 1936, el último gobernador civil en Tenerife de la II República, Manuel Vázquez Moro, recibe en el Palacio de Carta la visita de Francisco Franco. Su esposa se apresura en ese momento en ordenar a sus sobrinos, dos niños de seis y ocho años, que no se acerquen al salón ya que intuía un mal presagio. Así narra Laura Puga el comienzo del calvario que vivió su familia y que le ha explicado desde muy pequeña su abuela María Vázquez Moro, hermana del gobernador y su padre Alberto Puga Vázquez.
A Vázquez Moro no le dio tiempo de avisar a La Península de las intenciones de Franco. Según ha podido conocer su sobrina nieta, cuando intentó coger un barco en Santa Cruz de Tenerife unos guardias lo detuvieron y junto a su esposa fue encerrado en el Palacio de Carta, donde residía. Sus sobrinos, quienes pasaban largas temporadas con ellos, fueron recogidos por su padre Ramón Puga, de origen argentino y que vivía junto a su mujer, la hermana del gobernador en Las Palmas de Gran Canaria. Días después del cautiverio, el gobernador “fue obligado a salir al balcón y presenciar cómo fusilaban a dos sindicalistas para hacer creer a la gente que era él quien lo ordenaba”, explica su sobrina nieta.
Puga señala que esa mentira se desvaneció en poco tiempo, ya que Vázquez Moro fue sometido a dos consejos de guerra. En el primer juicio fue perdonado por “traición”, pero en el segundo fue condenado a la pena máxima “por masón y socialista, como García Lorca”, explica. Fue fusilado el 13 de octubre de 1936 a las 6.00 de la mañana junto a otros tres compañeros y enterrado en una fosa común en Tenerife, donde se encuentran aún sus restos mortales (en la fosa común n°6 del patio 7 del Cementerio Lastenia de Santa Cruz). Su sobrina nieta ha incorporado este crimen a la querella argentina y defiende que su familia así como el cuerpo y la persona de Manuel Vázquez Moro han sido impunemente tratados por el estado español.
La noche antes del fusilamiento le fue permitido ver a una persona para despedirse. El gobernador decidió que ninguna de las tres mujeres de su vida (su esposa, su madre o su hermana) fuera a verle y acude entonces su cuñado Ramón Puga, a quien le entrega una carta para cada una de ellas. Laura Puga asegura que tiene “grabadas a fuego” las palabras que dejó plasmadas en la misiva de su abuela: “No se apenen por mí, muero en paz con mi conciencia”.
Hace sólo unos meses, encontró entre los recuerdos de su abuela una faja roja larga en la que aparecía inscrito: Agrupación Socialista Realejo Alto y presentaba ocho agujeros de bala y manchas de sangre, por lo que deduce que el gobernador fue asesinado con ella puesta. El hallazgo de esta prenda le ha animado a seguir buscando respuestas, pero también ha reabierto en ella heridas que no cicatrizan. “Cuando mi padre murió en 2011 y me reavivó la historia del encuentro entre mi tío abuelo y Franco, recordé que mi abuela me lo había contado en mi niñez, entonces empecé a escribir un relato que nunca publiqué y con el que medí el sufrimiento por el que habían pasado”.
Laura Puga recuerda que su abuela leía en su etapa más triste la carta de su hermano una y otra vez, lloraba y después la guardaba. Sintió un “inmenso dolor” al ver cómo Franco “moría con honores en España” mientras su marido había fallecido poco antes en Argentina. Ese mismo año (en 1975), María Vázquez Moro se mudó a la casa de su hijo y por ello fue la principal figura femenina de la infancia de Laura Puga, y le transmitiría la historia de su familia y sus ideas políticas y sociales. “Todo me lo enseñó mi abuela”, recuerda orgullosa.
La disgregación de una familia
La disgregación de una familiaRebuscando en el cofre de los recuerdos de María Vázquez Moro se contemplan muchas fotos de la infancia del padre de Laura Puga y de su tío junto al gobernador civil, a su esposa Teresa Tamayo, sus abuelos paternos (que residían también en Las Palmas de Gran Canaria)… Sin embargo, de pronto se produce un vacío y no se aprecian más recuerdos hasta el embarque hacia Argentina en 1949.
La explicación es que durante los trece años que trascurren desde el fusilamiento de Manuel Vázquez Moro, la familia pasa un auténtico calvario. La esposa, la madre y la hermana se distancian “rotas por el dolor y la impotencia”. Teresa Tamayo, sumida en la pobreza, decide marcharse a Cádiz a vivir con una hermana y muere en una residencia de mayores. La madre de Manuel y María Vázquez Moro, que vivía en una casa en Lomo Apolinario, en Las Palmas de Gran Canaria, decide quedarse sola.
La hermana del gobernador y su marido empezaron a pasarlo mal cuando al abuelo paterno de Laura Puga, el farmacético César Puga (nacido en España pero formado en Argentina) fue despedido de su trabajo. A su hijo Ramón Puga, el marido de María Vázquez Moro, no pudieron despedirlo de la empresa de comunicación por cable británica para la que trabajaba. El motivo es que tenía la nacionalidad argentina y el cónsul de este país en Tenerife les había advertio de los pasos a seguir y les había dado protección.
No obstante, la situación para la familia se complicaba ya que en una misma vivienda habitaba la hermana del gobernador junto al marido Ramón Puga (el único que tenía un sueldo en casa) los padres de él (César Puga y su esposa Gracia), los hijos del matrimonio y que el gobernador también quería como hijos (Alberto Puga, el padre de Laura y Manuel Álvaro Puga), además de la señora que trabajaba en su casa y a quien no podían pagar, pero aceptó quedarse a cambio de un techo y comida y una amiga de la familia junto a sus dos hijos, cuyo marido habían asesinado por ser militante socialista.
Al ser perseguidos por el estigma de “ser los rojos” se vieron forzados a dejar Las Palmas de Gran Canaria y poner rumbo a Argentina. Puga cuenta que a su tío tuvieron que hacerle un DNI falso ya que ese mismo año cumplía la mayoría de edad y no iba a poder zafarse de hacer el servicio militar obligatorio.
“Creían que nadie iba a reclamar su memoria, pero aquí estoy”
“Creían que nadie iba a reclamar su memoria, pero aquí estoy”Laura Puga es docente de Geografía e Historia en la Universidad de Buenos Aires. Una profesión que compatibiliza con su militancia en la Agrupación Federico García Lorca, compuesta por descendientes de españoles en Argentina y que lucha por los Derechos Humanos.
La organización cree que si en Argentina se pudo enjuiciar a los culpables de los crímenes de la dictadura, en España también es posible. La sobrina nieta de Manuel Vázquez Moro ha elaborado un trabajo de investigación para la universidad titulado De la arbitrariedad a la impunidad en los márgenes del estado español, donde pone de manifiesto cómo su familia y el gobernador civil han sido impunemente tratados. Su objetivo final es que el estado español se haga cargo de sus crímenes, entre ellos el de su tío abuelo, se pida perdón y al menos le pongan su nombre a una calle. Si además de esto, “se exhuman esas fosas comunes que taparon con cemento para que no los saquemos nunca más, verán cómo era verdad que lo mataron y creyeron que como no tenía hijos nadie los iba a reclamar, pues aquí estoy”.
“Quiero que se repare la memoria, mi tío abuelo no murió de hemorragia interna como pone en el libro del cementerio, murió asesinado por balazos”, exclama.
Puga lleva algunas semanas en España en busca de respuestas y reuniéndose con colectivos de memoria histórica y organizaciones políticas como Podemos en el municipio de Los Realejos o con Izquierda Unida Canaria. “Si he llegado hasta aquí a esta edad es por algo, porque me haré cargo de esta historia porque ya no está mi padre”, concluye.