Magia para revivir el colegio de La Palma que desapareció bajo la lava
Faltan pocas horas para que abra el colegio y a Mónica le obsesiona una misión: que no haya cajas amontonadas por los rincones. Necesita que en el centro reine una sensación de paz y estabilidad. Hace casi un año desde que una de las coladas del volcán de La Palma se desvió por sorpresa hacia el colegio público de La Laguna hasta sepultar una parte de él. Entonces, Mónica y el resto del profesorado tuvieron que empaquetar a toda prisa libros, fotos, material y recuerdos. Seis días más tarde, el equipo educativo ya había convertido el Centro Sociocultural El Retamar, en Los Llanos de Aridane, en una nueva escuela. Por el momento, es imposible volver al cole anterior, pero las docentes han recurrido a la magia para revivirlo.
“Este año inauguramos un cole mágico”, cuenta ilusionada Mónica, la directora. Ella y las 16 profesoras han transformado El Retamar en Hogwarts y han ambientado cada rincón con adornos del mundo mágico de Harry Potter. A este pequeño edificio de dos plantas se suma ahora una cancha deportiva municipal que por las mañanas pertenece al centro y por las tardes se abre al público. También cuentan con cuatro módulos habilitados como aulas y uno como aseo. “Nos han dicho que por el momento tendremos que estar aquí dos o tres años, pero la intención es volver a levantar el centro donde estaba antes”, explica Ana, secretaria y docente.
Empresas, particulares, ONG y otros centros educativos del país, de Francia y de Portugal han donado dinero y material al colegio. “Desde la Península nos llegaron 37 cajas de material educativo nuevo. Este curso el alumnado no tiene que comprar material escolar y así descargamos a las familias de ese gasto”, cuenta Mónica. “Somos conscientes de que la situación de necesidad no existía solo el año pasado, sino que se iba a notar más este año y los siguientes. Hay muchas familias que perdieron su trabajo, sus fincas, o que vivían del turismo”, añaden las profesoras.
Ninguna de ellas tiene tiempo para sentarse más de diez minutos, pero en ningún momento desaparece su sonrisa. “Siento ilusión, quiero ver cómo llegan los niños”, dicen. Todo tiene que estar perfecto para la llegada del alumnado. Este año hay matriculados 145. El objetivo de este curso académico ha sido reagrupar a todos los menores.
El año pasado, la falta de espacio suficiente obligó a repartirlos entre el Centro Sociocultural El Retamar y la Escuela Oficial de Idiomas. Además, muchos no pudieron terminar el curso con sus compañeros. Habían perdido sus viviendas y fueron realojados en otros puntos de la isla. Sin embargo, este año podrán volver. “Hay una clase en la que faltaban tres compañeros y ahora podrán reunirse”, celebran las profesoras.
“Eso trajo un reajuste enorme de organización de horarios, de desplazamientos, de transporte y de conciliación para los padres y madres. Había familias que tenían un hermano aquí y otro en la Escuela de Idiomas”, recuerda la secretaria del colegio. “Facilitamos que los docentes vinieran caminando de un centro a otro para acompañar a los niños mientras caía ceniza, con las mascarillas y con los gases que expulsaba el volcán”, apunta.
Volver a hablar del volcán
El colegio de La Laguna fue el pionero en España en implantar la educación emocional y su labor ha sido premiada en varias ocasiones. Desde que el volcán entró en erupción hasta el final del curso, esta herramienta fue fundamental para acompañar a los niños y niñas, en especial a aquellos que habían perdido su hogar.
“A los alumnos, ir al colegio les servía de almohada. Abríamos también por la tarde para que tuvieran un lugar al que poder ir y donde hablar con sus compañeros de lo que necesitaran. También contábamos con un servicio externo especializado que acompañaba a los niños que tenían un trauma mayor”, cuentan.
Esta vez no tienen prevista ninguna acción específica relacionada con la erupción, pero son conscientes de que el tema volverá a salir. “El apoyo emocional lo ofrecemos siempre. Sabemos que van a salir conversaciones sobre el volcán este año también porque está muy presente todavía. Cuando eso pase, les acompañaremos y les facilitaremos todo lo que necesiten”, recuerda Ana.
En estos meses, Mónica ha regresado al colegio de La Laguna dos veces. Cuando le preguntan cómo fue volver a cruzar esa puerta, la directora apenas puede resumirlo en dos palabras: “Es duro”. Donde antes se veían casas, ahora hay un muro enorme de lava. Donde antes había cultivos, casas y vida, ahora solo hay un manto negro y un conjunto de excavadoras trabajando en una carretera. “Hemos perdido hasta los puntos de referencia. Ha cambiado tanto el entorno que ya no sabemos cómo ubicarnos”, dicen.
El CEIP de La Laguna no es el único que quedó sepultado por la lava. También fueron destruidos el de Los Campitos y el de Todoque. Para reubicar a este alumnado, la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias ha contado con el Princesa Acerina y el Adamancasis. El próximo curso, el alumnado de Las Manchas y Jedey será a su vez reubicado tanto a este centro como en el CEIP Taburiente, según informó la consejera, Manuela de Armas.
Aunque el volcán lleva nueve meses apagado, el miedo no termina de irse del cuerpo de los palmeros. “Fuimos de viaje de fin de curso a Madrid. Cuando el metro se acercaba a la estación, el suelo temblaba y los niños se asustaban. Tenía que explicarles que no eran terremotos”, recuerda Mónica.
Hace unos meses, Ana recibió un vídeo del volcán emitiendo gases con un mensaje: “Amiga, no me lo puedo creer. ¿Es verdad que se reactivó?”. “Yo estaba en casa, subí corriendo a la azotea. ”Otra vez no“, pensé. Tomé conciencia de que me empezaron a temblar las piernas”, relata la secretaria.
Otra de las secuelas que presentan los menores es no querer separarse de sus padres. En verano, gracias a una fundación, el alumnado pasó un fin de semana en Tenerife realizando actividades y excursiones. “Volvieron a conectar con que la vida continúa, con seguir adelante. Volvieron a entender que no pasa nada por divertirse y reírse”.
El sentimiento de culpa atraviesa en ocasiones a muchos palmeros y palmeras. “Nosotros no tenemos la culpa de cómo funciona la naturaleza, pero a veces te sientes mal hasta por decir que te vas a tu casa”, describe Mónica.
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