La pandemia condena a Canarias a un nivel más severo de pobreza crónica: “El hambre no espera”

Alberto (nombre ficticio), el hombre que vive con dos hijos y ha sobrevivido a la pandemia gracias a ayudas alimentarias, en Las Palmas de Gran Canaria.

Natalia G. Vargas

Las Palmas de Gran Canaria —

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La pandemia ha condenado a Canarias, la comunidad autónoma con mayor porcentaje de población vulnerable de todo el país, a un nivel de pobreza aún más severo. Todas las islas están a punto de entrar en su nueva normalidad, pero dentro de los hogares la situación, lejos de avanzar, ha provocado la caída de miles de familias a un escenario de exclusión, incertidumbre y dependencia de las ayudas públicas o del tercer sector. La realidad en la que subsiste un 17,6% de los isleños, con unos ingresos inferiores a 509 euros al mes, también los enfrenta a dos nuevos obstáculos que les impiden recomponerse: la depresión y la ansiedad. El psicólogo clínico Víctor Camacho insiste en la importancia de dar un acompañamiento a las familias que han visto cómo su economía se ha desplomado durante la emergencia sanitaria provocada por la COVID-19: “Necesitan asesoramiento para enfrentarse a su nuevo contexto y reinventarse. No basta con que se les dé medicación. Si no, estaremos creando fármaco-dependientes sin solucionar nada”.

Alberto (nombre ficticio) vive en Gran Canaria y tiene dos hijos. Antes de que se decretara el estado de alarma, trabajaba en el sector de la construcción sin contrato. La falta de una relación contractual con la empresa que le avalara y protegiera de la vulneración de sus derechos hizo que, en ocasiones, ni siquiera cobrara por los trabajos realizados. Alberto, que nació en Colombia, no puede aún regularizar su situación en España, ya que le exigen tres años viviendo en el país.

Mientras tanto, para cubrir sus gastos, hacía pequeños trabajos puntuales para ganar algo de dinero. Sin embargo, el confinamiento y la imposibilidad de salir a la calle cerraron esa fuente de ingresos. De este modo, él y su familia han tenido que recurrir a las ayudas alimentarias de ONG. “Pedimos a las administraciones que nos colaboren. El hambre no puede esperar”, señaló en una conversación con esta redacción.

Las realidades más vulnerables

Cáritas destaca algunas realidades que fueron las primeras en sufrir los estragos de la pandemia: las personas en situación de sin hogar, personas extranjeras en situación administrativa irregular y mujeres en situación de prostitución. Además de familias con menores a cargo. El perfil más común en este último aspecto es el de las personas con una situación que les impide asumir coyunturas económicas imprevistas (a la espera del cobro de un ERTE, un despido sin derecho a paro o la falta de ingresos de la economía informal).

En el caso de las personas sin hogar, los ayuntamientos habilitaron al comienzo del confinamiento una serie de recursos para evitar que pasaran el encierro en la calle, quedando así expuestas al virus y sin las condiciones de higiene necesarias para atravesar la crisis sanitaria. Cáritas atiende a 1.400 personas en situación de sinhogarismo. “La calle solo es incomodidad. Uno está siempre alerta. Si tienes un mal día y pasas mala noche, no descansas y no te recuperas para el día siguiente. Ir a dormir con miedo te crea una inestabilidad en tu vida que te va comiendo por dentro”, cuenta una persona a través de un testimonio trasladado por la ONG.

Él forma ahora parte de un Centro de Baja Exigencia habilitado por la entidad social: “Me pareció muy buena idea abrir un centro al que uno pueda llegar y tener su cama, su ducha, comer un bocadillo, ver la tele un rato antes de irnos a descansar. Me he levantado esta mañana y siento que vuelvo a ser yo, descansado, libre de estrés, esa tranquilidad no tiene precio”, añade.

Por su parte, con el cierre de los clubs, las mujeres prostituidas fueron expulsadas de estos espacios quedándose en la calle. Antes, algunos hombres incumplían el estado de alarma y seguían yendo a los locales de prostitución para exigir servicios, de acuerdo con los testimonios a los que tuvo acceso este medio.

En la provincia de Las Palmas, Cáritas ha atendido a 3.050 nuevas familias desde el inicio de la crisis sanitaria. Un incremento que supone el 74% respecto a los datos del 2019. El año pasado, dio acompañamiento directo a 7.995 hogares. Solo durante el primer mes de confinamiento, hubo un aumento del 33,8% en las atenciones: 1.390 hogares. Teniendo en cuenta a todos los miembros de cada unidad familiar, se trata de 24.000 personas, 500 más que en 2018. En toda Canarias, la cifra asciende a 40.000 personas. Según los datos facilitados por la ONG, el año pasado se dio un aumento significativo de hogares encabezados por personas migrantes, más de una tercera parte del total. “Al repunte de personas llegadas a las costas canarias se suma la llegada continuada de personas de Colombia, Venezuela y Cuba”.

El Ingreso Mínimo Vital aprobado recientemente en el congreso prevé beneficiar a unos 48.000 hogares en el Archipiélago. En las Islas, el 16% de los beneficiarios están compuestos por una mujer y sus hijos. El psicólogo Víctor Camacho destaca que depender de ayudas públicas agrava la situación de la población vulnerable, ya que supone un “fuerte golpe a la autoestima”. Además, “genera más frustración e inseguridad respecto al futuro cuando tarda más de tres meses en llegar o, a veces, ni siquiera llega”. Para la salud mental, el desconfinamiento es un soplo de aire fresco, ya que el encierro provoca que las personas caigan en una “sinrazón constante”, en la que los pensamientos negativos se repiten en bucle sin llegar a una solución: “Es importante salir, relacionarse, hacer deporte, escuchar a otras personas, adquirir habilidades para la vida y, si lo necesitamos, pedir consejos”, señala.

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