La dispersión de semillas por animales en el Teide está en riesgo ecológico: se ha perdido el 70% de las interacciones

Representación artística del bosque de cedros que existió en el pasado en el Teide.

Tenerife Ahora

26 de agosto de 2025 15:28 h

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El Parque Nacional del Teide acumula 2.000 años de presión humana, desde la tala y quema histórica del bosque de cedros que dominaba la cumbre hasta la degradación del hábitat. Ese impacto ha ocasionado un ecosistema “que no funciona plenamente”, en palabras del profesor de investigación del Instituto de Productos Naturales y Agrobiología (IPNA) y delegado del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Canarias, Manuel Nogales. Un nuevo estudio publicado en la revista Global Ecology and Conservation cuantifica por primera vez este escenario y constata la pérdida de siete de cada diez vínculos entre animales y plantas al comparar la red actual (muestreos de 2020–2021 y registros previos) con una red potencial que reconstruye interacciones plausibles observadas en otros hábitats. El 90% de esas interacciones potenciales implican especies hoy presentes, lo que sugiere un alto margen de recuperación si se restaura el cedral y disminuyen las presiones antrópicas, señala el estudio.

En dicho análisis, el cedro canario (Juniperus cedrus) emerge como especie clave al ofrecer alimento a aves y lagartos, al multiplicar las conexiones y ayudar a completar la red de interacción. Sin embargo, en la actualidad, la dispersión recae sobre todo en el mirlo capiblanco (Turdus torquatus) — esencial durante su invernada para trasladar semillas a mayor distancia— y en el lagarto tizón (Gallotia galloti) —eficaz a corta distancia—, una dependencia “frágil” para plantas ya amenazadas. Cuatro de las seis especies con fruto carnoso del Teide figuran con algún grado de amenaza, indica el estudio.

Conservación de la biodiversidad

“Ante un contexto de cambio climático severo, como el que está ocurriendo en el Teide, y el cual no podemos revertir por nosotros mismos, sí que sería necesario evitar el resto de los factores negativos”, sugiere Nogales. A partir de los datos recabados, sería aconsejable evitar factores perniciosos adicionales y orientar los esfuerzos a recuperar el cedral, mejorar el hábitat y reforzar a los dispersores nativos que aún persisten. La prioridad se situaría en volver a tejer la red de interacciones que permite que el ecosistema se regenere y funcione por sí mismo.

El estudio también alerta de una amenaza añadida: el cambio climático puede desajustar la fenología (calendario) de fructificación de las plantas y la presencia de los animales que dispersan sus semillas. Si esas piezas dejan de coincidir en el tiempo, el sistema pierde eficacia justo cuando más la necesita.

Se podrían adoptar medidas como mantener y ampliar las repoblaciones de cedro, incrementar los recursos hídricos disponibles para los frugívoros nativos y vigilar de forma continuada el estado de sus poblaciones. La restauración del hábitat y la mejora de la conectividad entre poblaciones vegetales aparecen como acciones esenciales para sostener la regeneración natural.

En particular, la recuperación del cedral aportaría frutos que sostienen a dispersores complementarios —mirlo capiblanco en desplazamientos largos durante su invernada y lagarto tizón a escala local—, además de la llegada del mirlo común (Turdus merula) y el petirrojo (Erithacus superbus), muy raros en la actualidad, facilitando que las semillas vuelvan a alcanzar nuevas áreas.

Los autores recuerdan que aún no se han registrado extinciones de plantas con frutos carnosos en el Parque, una ventana de oportunidad que permite actuar con margen si se refuerza la gestión y se actualizan las evaluaciones de conservación. La urgencia es no dejar que el desajuste climático y las actividades humanas perniciosas acerquen esa oportunidad a un punto de no retorno, concluye el CSIC.

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