La política de barra libre a los nómadas digitales acentúa los reparos sobre su impacto en la población local

Teletrabajo en el hotel Playa del Sol.

Toni Ferrera

Las Palmas de Gran Canaria —

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A las personas con iMac y café de Starbucks como mochila de trabajo les gusta Gran Canaria para vivir. Dicen que es un lugar “muy seguro”, que internet va como un tiro y que es una isla “asequible” para residir. No les llama tanto el hecho de que muchos residentes “no hablen bien inglés” o que siga habiendo un importante número de fumadores. Pero la balanza está claramente inclinada hacia la reseña positiva. Gran Canaria, de hecho, ocupa el noveno puesto entre las regiones favoritas del mundo para los nómadas digitales, según el portal de referencia Nomad List.

Desde que estalló la pandemia en 2020, decenas de gobiernos locales y autonómicos se han lanzado a la caza de este tipo de teletrabajadores, la última creación del capitalismo digital. La mayoría de esas corporaciones lo hizo en un principio para intentar maquillar el cero turístico que causó la COVID. Pero casi tres años después del estallido del virus, la política de atraer a teletrabajadores de Suecia, Noruega, Dinamarca o Francia continúa consolidándose. Mientras las administraciones ven en ellas un filón para generar economía y promover el desarrollo, algunos investigadores piden un poco de calma para conocer antes sus efectos.

Un estudio publicado este mismo mes de diciembre en la revista Sustainability ofrece unas pequeñas pinceladas sobre cómo está siendo la cada vez más cuantiosa aparición de nómadas digitales en España. La investigación se ha centrado en la caracterización de sus perfiles a través de diferentes plataformas virtuales, redes sociales, portales y eventos especializados, así como en el análisis de las acciones de promoción llevadas a cabo por las instituciones. Sobre esto último, los autores consideran que los ejecutivos “no han valorado la falta de sostenibilidad del nomadismo digital” motivados principalmente por la urgencia de la crisis del coronavirus.

“Había que intentar estimular la economía en un momento en que nuestro motor principal, el turismo, se había parado. No estaba muy claro cómo se iban a comportar los viajeros internacionales. Y en ese contexto, la necesidad llevó a los gobiernos a enfocar esto [la avenida de nómadas digitales] como un producto turístico. Desde ese punto de vista siempre se presentan los aspectos positivos, una imagen amable de todo. Pero no ha habido una reflexión seria de las otras implicaciones que puede conllevar esto”, reflexiona Juan Manuel Parreño Castellano, profesor de Geografía Humana en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) y primer autor del artículo.

En los últimos meses, además, todo parece haber cogido mayor ritmo. La Junta de Andalucía acaba de poner en marcha la campaña Andalucía is calling para convertirse en destino de este nuevo nicho de mercado. En Baleares, el Ayuntamiento de Palma ha acordado destinar 1,4 millones de euros para situar a la ciudad como “un polo de atracción de nómadas digitales”. Y en Canarias, el Gobierno regional firmó en verano un convenio de colaboración con la plataforma líder del alquiler vacacional, Airbnb, para reforzar su capacidad de atracción.

Los remote workers o teletrabajadores o ejemplos más prácticos de la dictadura de la conectividad se han multiplicado en los últimos años. En 2019, a Gran Canaria llegaban una media de 700 al mes. Tres años más tarde, ese dato ha ascendido a más de 2.500, según Nomad List. En Mallorca, las cifras no son tan dispares, de 500 visitas mensuales a más de 800, pero también han aumentado. Según un informe de la plataforma de empleo norteamericana MBO Partners, 7,3 millones de estadounidenses se consideraban nómadas digitales antes de la pandemia. Después de la hecatombe, ese valor ha crecido en un 49%.

El perfil no varía mucho entre un emplazamiento y otro. De acuerdo con la información manejada por el Gobierno canario, los nómadas digitales suelen pasar de media 50 noches en el Archipiélago y gastar en torno a 3.100 euros. La diferencia con respecto a un turista convencional, que normalmente se deja poco más de 1.200 euros en el destino, es más que notable. “Hablamos de un segmento que representó el 0,8% del turismo total de 2021 y que, sin embargo, generó un 2,12% de la facturación turística total de las Islas, con 150 millones de euros el año pasado”, ha dicho la consejera de Turismo del Ejecutivo autonómico, Yaiza Castilla.

Anteriormente, solían venir siempre solos. Ahora lo hacen más acompañados. La empresa Repeople, especializada en diseñar ecosistemas para teletrabajadores, asegura que un tercio de los clientes ya son parejas o incluso familias. La edad media también ha subido. Y el ranking de los países de procedencia lo encabeza Alemania (27%), seguido de Reino Unido (12%), Países Bajos (10%), República Checa (8%), Estados Unidos (6,6%), España (6,6%) e Irlanda (5%), apunta la Asociación Canaria de Espacios Colaborativos. En total, en el Archipiélago han aterrizado este año 45.800 teletrabajadores de este tipo. Se espera que en los próximos cursos sean muchos más por la entrada en vigor de la Ley de Startups.

La norma, publicada esta misma semana en el Boletín Oficial del Estado (BOE), contempla exenciones fiscales para los nómadas digitales en un intento de España por asemejarse al resto de países comunitarios que ya han aplicado una medida similar, como Croacia, Estonia, Islandia o Portugal. El requisito principal para acceder a ese visado especial es acreditar la existencia de una actividad real y continuada durante al menos doce meses con una empresa en el extranjero. Los trabajadores beneficiados tributarán durante los primeros años al 15%, en lugar del 25% del tipo actual del Impuesto de Sociedades.

El impacto poco estudiado de los nómadas digitales

Al ser una tendencia en estado embrionario, los efectos de la consolidación del nomadismo digital son todavía un poco vagos. La literatura científica ofrece escasa luz en este tema. Sin embargo, diferentes investigaciones y análisis ya advierten del impacto que puede tener en el precio de la vivienda que miles de personas de mayor poder adquisitivo en comparación con la ciudadanía local colonicen una ciudad como lo están haciendo. En Las Palmas de Gran Canaria, sin ir más lejos, hay hasta 40 espacios de coworking, los lugares más frecuentados por los nómadas, repartidos sobre todo por Vegueta, Triana, Arenales, Guanarteme y Santa Catalina, según recoge otro trabajo académico de Parreño y otros autores.

En el estudio publicado este mes, el profesor de la ULPGC y otros colegas de la misma universidad hacen una radiografía de la rutina de los teletrabajadores europeos en nuestro país. Sugieren que existe una “escasa” interacción entre ellos y la población local, que solo les preocupa en la medida en que favorece su proyecto vital (amabilidad, uso del inglés o tolerancia en sus valoraciones), que emiten imágenes estereotipadas del destino y que hacen referencias frecuentes sobre el alojamiento y el bajo coste de la vida en relación con el existente en sus países de origen. No obstante, los municipios en donde pasan los días, aquellos ubicados en el litoral canario, precisamente son los más caros para la mayoría de los residentes de las Islas.

“[Esto] indica que no estamos ante una movilidad de privilegiados, sino ante una en la que las disparidades transnacionales en el coste de la vida se convierten en un factor de atracción muy importante. Aunque es difícil deducir que ello perpetúe las diferencias y desigualdades, lo que sí parece claro es que se trata de una movilidad propia del capitalismo digital, que se beneficia de los desequilibrios internacionales en renta y riqueza”, señala la investigación.

Para Parreño y el resto de expertos, el proyecto de vida de los teletrabajadores europeos “puede interpretarse como una estrategia adaptativa para escapar de la precariedad”. Consideran que están habituados a elegir destinos en los que su moneda o nivel salarial de origen les ofrezca una ventaja competitiva con la que así sentir cierta “ilusión de privilegio”, lo cual les lleva a distanciarse y segregarse con respecto a las comunidades locales.

Frente a las presumidas bonanzas que las instituciones públicas exponen de esta nueva corriente de trabajadores (hoteles de Gran Canaria han llegado a colgar el cartel de completo gracias a ellos y la Consejería de Turismo los emplaza dentro del modelo más “diversificado” al que se está dirigiendo su oferta), en la propia comunidad hay figuras políticas que piden un mayor control al respecto. El viceconsejero de Cultura del Gobierno regional, Juan Márquez, solicitó recientemente que se estudiara su impacto porque “hay zonas de las Islas que están muy tensionadas por la falta de vivienda como para tensionarlas más con turistas que no lo son al uso”. Coalición Canaria, por su parte, preguntó en febrero de este año al Ejecutivo autonómico si tiene previsto hacer la mencionada evaluación. Aún sigue sin haber respuesta, según figura en la web del Parlamento.

En otras regiones del mundo, como México y Tailandia, la presencia de estos nuevos actores ha soliviantado a la población local. “Hay una distinción entre la gente que quiere aprender sobre el lugar en el que está y la que solo le gusta porque es barato”, dijo un mexicano al periódico Los Ángeles Times. “He conocido a varias personas a las que realmente no les importa estar aquí, solo que sea barato”. La antropóloga de la Universitat de Barcelona (UB) Fabiola Mancinelli, quien lleva años estudiando cómo los gobiernos están abriendo la puerta de par en par a los nómadas digitales, afirmó hace unas semanas en The Conversation que los ejecutivos están siendo tan permisivos con ellos porque son percibidos casi exclusivamente como consumidores, no como potenciales vecinos del futuro.

El problema es que ese alejamiento con los poblados donde trabajan puede levantar algún que otro resquemor. En Las Palmas de Gran Canaria, el 40% de los habitantes está de acuerdo o muy de acuerdo en afirmar que los alquileres a corto plazo, de los que se benefician especialmente los teletrabajadores remotos, expulsan al residente habitual del barrio, de acuerdo a los resultados de la Encuesta de Hábitos y Confianza Socioeconómica (ECOSOC). El libro Nómadas digitales: en busca de libertad, comunidad y trabajo significativo en la nueva economía, también analiza cómo la tendencia del “turismo laboral” está asociada a una serie de inconvenientes, entre ellos el incipiente rechazo social.

“Seguramente, los alquileres de alguna manera pueden elevarse porque hay un mercado internacional de nómadas digitales o porque hay viviendas que se dedican exclusivamente a este tipo de colectivos. Pero es un tema muy controvertido. Hay pocos estudios al respecto y por eso preferimos dejarlo como una reflexión en el artículo”, concluye Parreño. 

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