Brujas, gnomos y románticos a los pies del Moncayo: un viaje desde Trasmoz a Noviercas tras las huellas de Gustavo Adolfo Bécquer

La mole nevada del Moncayo destaca sobre los colores otoñales del bosque.

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La mítica cima que separa los páramos sorianos del Valle del Ebro es un espacio natural que no sólo guarda algunos de los bosques mejor conservados de España e impresionantes paisajes de media y alta montaña: también fue un lugar en el que el Cristianismo pugnó con los viejos usos y religiones hasta hace bien poco. En estas sierras ásperas y aisladas (pese a estar a escasos 80 kilómetros a vuelo de pájaro de Zaragoza) el paso del tiempo corre de otra manera. Los siglos de aislamiento y el despoblamiento de las áreas rurales de las últimas seis o siete décadas han creado un halo de lugar remoto que acentúa su misterio. Dicen que el origen del mito se debe a las pendencias entre el Monasterio de Veruela y el pueblo de Trasmoz por asuntos mucho más mundanos que las creencias de sus vecinos y vecinas. Según cuentan, pleitos por la propiedad de la madera de los montes entre los monjes y las gentes de la localidad provocaron la excomunión de la población en el siglo XIII. Y las protestas por el desvío de un cauce de agua por orden del abad la maldición  ya en el siglo XVI. Según parece, los monjes invocaron un salmo bíblico y Trasmoz quedó fuera de la Iglesia y maldito: Danos tu ayuda contra el adversario, porque es inútil el auxilio de los hombres; Con Dios alcanzaremos la victoria, y él aplastará a nuestros enemigos.

“Los sábados, después de que la campana de la iglesia dejaba oír el toque de las ánimas, unas sonando panderos, y otras, añafiles y castañuelas, y todas a caballo sobre escobas, los habitantes de Trasmoz veían pasar una banda de viejas, espesas como las grullas, que iban a celebrar sus endiablados ritos a la sombra de los muros de la ruinosa atalaya que corona la cumbre del monte”. A finales del año 1863, el poeta Gustavo Adolfo Bécquer llega al Monasterio de Veruela acompañado de su esposa, la también escritora Casta Esteban, y su hermano Valeriano Bécquer (que era pintor). Aquí permanecieron hasta octubre del año siguiente y aunque el autor ya conocía estas tierras (su mujer era de la vertiente soriana), esta estancia prolongada y obligada por la tuberculosis le puso en contacto con las historias, los seres fantásticos y las leyendas. Fruto de aquella larga estancia escribió ‘Cartas desde mi celda’ (de cuyas páginas procede el texto entrecomillado que inicia el párrafo) y algunas de sus leyendas. Hoy, la figura de Bécquer es una de las constantes que definen a esta comarca. Y no es mala idea usar sus pasos para conocerla. El programa ‘Los Caminos del Alma’ sugiere hasta once rutas que parten desde Veruela y recorren los diferentes lugares de interés del entorno del Moncayo.

El Monasterio de Veruela (Tel: (+34) 976 64 90 25; E-mail: monasteriodeveruela@dpz.es) no sólo sirvió de casa para los Bécquer en su larga estancia a los pies del Moncayo. Aquí también entraron en contacto con las historias y la Historia local y seguro que fueron los monjes de este impresionante cenobio cisterciense del siglo XII los que hablaron de las brujas de la zona. Este cenobio es una de las grandes joyas artísticas e históricas de la comarca. Está tan bien conservado que aún puede verse la muralla que lo protegía. Este lugar fue, durante siglos, una zona de frontera: primero con las tierras del Islam y después en la raya que separaba Castilla de Aragón. Este monasterio es bellísimo. Un claro ejemplo del primer gótico del Císter. Hoy acoge varias exposiciones (una sobre el vino local, otra sobre la estancia de Bécquer) y pronto se convertirá en Parador de Turismo.  En los alrededores de Veruela hay varias cosas que ver. A dos pasos tienes el Poblado Celtíbero de La Oruña, (el centro de interpretación está en el número 28 de la calle Gil Aznar de Vera del Moncayo –Tel: (+34) 976 64 90 00-), un antiguo asentamiento prerromano vinculado a la explotación de los recursos metalíferos y forestales del Moncayo entre el siglo IV y I antes de Cristo.

Las brujas de Trasmoz.- La última bruja de Trasmoz de la que se tiene noticia murió despeñada as mediados del siglo XIX después de ser linchada por las gentes del pueblo (el suceso tuvo lugar en 1860). De ella, que era conocida como la Tía Casca –Joaquina Bona-, decían que echaba el mal de ojo, que era capaz de emponzoñar el agua y gustaba de atormentar a los niños; hoy sabemos que Joaquina era sólo una mujer sabia que conocía el poder curativo de las plantas del bosque. Bécquer oyó de primera mano los relatos de sus vecinos y de ellos supo que el alma de la Tía Casca seguía merodeando las frondas y cañadas asustando a los pastores y atormentando a los viajeros. La publicación en ‘El Contemporáneo’ de las cartas del poeta elevó el lugar al estatus de mito popular: el pueblo maldito por la iglesia; el pueblo de las brujas. Trasmoz sigue excomulgado. Ningún Papa se tomó la molestia de retirar el ‘castigo’ de los abades de Veruela. Pero a los vecinos y vecinas del pueblo la situación no les importuna lo más mínimo.

El Castillo de Trasmoz (Tel: (+34) 619 753 008 -se requiere reserva previa-; E-mail: castillodetrasmoz@hotmail.com) es el gran monumento de este pueblo humilde y también un lugar con poca suerte. Primero perteneció a la familia Luna, pero el apoyo de los mismos al Conde de Urgel en su guerra contra Fernando I de Aragón los hizo caer en desgracia a mediados del siglo XV. La fortaleza pasó a manos de los Ximenez de Urrea y poco después sucedió el pleito por las aguas del Moncayo que causó la maldición. Desde mediados del XVI quedó desierto y casi se desmanteló hasta que las autoridades autonómicas emprendieron una lenta restauración que, por el momento, ha logrado recomponer su Torre del Homenaje. El lugar, durante sus siglos de abandono, también fue centro de las habladurías y supersticiones populares que situaron entre sus piedras juntas de hechicerías y aquelarres. En Trasmoz han sabido sacarle partido a la leyenda y tienen un museo dedicado a la brujería en la comarca del Moncayo (en el propio castillo) y una fiesta dedicada al fenómeno que se celebra el primer fin de semana de julio.

Monte arriba

El Moncayo es una mole de piedra que supera los 2.000 metros de altitud y supone la cúspide del Sistema Ibérico (con 2.315 metros). Pero es mucho más que una montaña. Sirve para dividir dos regiones bien diferentes y distintivas: hacia el oeste los páramos sorianos y hacia el este el Valle del Ebro. Es un lugar de enorme importancia natural e histórica. Pero también hay espacio para lo misterioso. En algunos lugares como en la Cuesta Mágica (Carretera SO-38), una aparente subida que, en realidad, es bajada, la magia se debe a una simple ilusión óptica. Otros son mitos de difícil comprobación: como los duendes que, supuestamente, habitan los fantásticos hayedos del Moncayo. Estos bosques relictos son verdaderas joyas naturales. Los mejores son el Hayedo de Peña Roya, que permite además ascender hasta el Santuario de Nuestra Señora del Moncayo (y para los más aventureros hasta la misma cima); los de Peñarrajada y La Hoyada (acceso desde Aldehuela de Ágreda) y los bosques que se encuentran junto a la Fuente de la Teja. También puedes bajar hasta las entrañas mismas de la montaña para visitar, en las Cuevas de Añón, uno de los mayores santuarios de murciélagos de España (hay un interesante centro de interpretación en el pueblo además de un castillo bastante bien conservado reconvertido en alojamiento).

Ya vemos que el Moncayo es muchísimo más que una montaña. Es un paisaje complejo que abarca grandes maravillas naturales y numerosos restos de los hombres y mujeres que han habitado la comarca durante miles de años (los centros de interpretación se encuentran en Agramonte y Talamantes). Junto a los bosques, los páramos y los roquedos de las cumbres hay que destacar una profunda huella humana que abarca la práctica totalidad de las fases históricas de la Península Ibérica: hay yacimientos prehistóricos, viejas ciudades celtíberas (como la ya mencionada La Oruña o la mítica Aratis, una de las urbes prerromanas más importantes del país), piedras que llevan el sello de Roma y un abundante patrimonio medieval. Tarazona es el gran centro histórico artístico de la zona, pero a la sombra de la propia montaña nos encontramos con la excepcional Ágreda, una pequeña ciudad que es un verdadero tesoro con restos de la Al Andalus califal (incluida una impresionante red de bancales agrícolas y acequias que son dignos de verse), una profunda huella judía (con una de las sinagogas más antiguas del país –hoy convertida en templo cristiano-) y viejas iglesias, castillos y palacios. Se la conoce como la ciudad de las tres culturas. También destaca la cercana Vozmediano, con su castillo mochado y sus viejos molinos que aprovechan el cauce enclaustrado del Río Queiles, que surge de las tripas del Moncayo ahí mismo en un nacedero que escupe más de 1.500 litros por segundo (es el segundo manantial más caudaloso de Europa).

Empezábamos con Bécquer y terminamos también con él. Noviercas es otro de los lugares becquerianos de los alrededores del Moncayo. Este pequeño pueblecito se encuentra justo en el lugar en el que el páramo soriano (ese paisaje tan extrañamente bello pese a su sobriedad) se encuentra cara a cara con las primeras alturas que conducen a las nieves del Moncayo. En este lugar el poeta pasó tiempos felices en compañía de su esposa (que era de la zona) y tomó, por primera vez, contacto con las leyendas e historias de la comarca. Hoy, un museo (Mayor, 5) recuerda la relación del escritor con el pueblo. Pero hay mucho más para ver. Como su fantástica torre islámica (del siglo X) que es de las mejor conservadas de esos tiempos en toda la Península (en su interior se ha habilitado un pequeño museo sobre las fortificaciones del área - Centro de Interpretación de los Torreones y Fortalezas del valle del Rituerto-).

Fotos bajo Licencia CC: José Antonio Gil Martínez; Miguel Rubira Garcia; santiago lopez-pastor; Miguel Ángel García; Miguel Rubira Garcia

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