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La cultura aborigen canaria en el arte contemporáneo

Teo Mesa

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Una valiosa muestra de obras antológicas exhibe el Castillo de la Luz, la cual alberga la Fundación Arte y Pensamiento Martín Chirino, titulada Óscar Domínguez, Manolo Millares y Martín Chirino: una mirada insular. Inaugurada el pasado día 14 del mes de junio, la compone un total de 25 obras de los tres artistas canarios de rango universal. Dos pintores: uno surrealista, Domínguez; el otro, Millares, informalista abstracto (pero con sus obras cargadas de simbología y significadas expresiones sociales); y Martín Chirino, con sus variadas abstracciones escultóricas, basadas en los petroglifos canarios y diversos temas isleños de nuestro entorno. Muchas de las esculturas han sido elaboradas al rojo vivo del hierro candente y en la fragua; y otras por fundición o soldados en la industria del hierro.

En la rememoración del pasado en los jóvenes de entonces, Martín y Manolo en su ciudad natal en su tierra, se les recuerda, en craso y grave error: “de los monumentales enfados habituales de Pérez Galdós con los canarios” (que no sé si esta afirmación fue del comisario de la muestra). Si los dos artistas hablaron de “los enfados”, cayeron también en el estúpido bulo que se fabricaron los enemigos acérrimos del genio de la novela y dramaturgo del siglo XIX y principios del XX. Estos hostiles –que lo tuvo asimismo en su tierra natalicia– quisieron desprestigiar al escritor y crearon esa burda patraña. Ese fue un invento de los conservadores; los fervientes y feraces católicos y los monárquicos.

No hubo otra razón contra Galdós y su obra, que fue la de plasmar descriptivamente en sus novelas y teatro la realidad del momento, que ellos quisieron ocultar en provecho propio, para que no se alteraran sus credos y privilegios. Pero esas malévolas intenciones por defenestrar con críticas infundadas, al genio Galdós le importaron nada. Jamás alteró un ápice su libertad y real análisis de la sociedad que transcribió en sus obras literarias. Y posteriormente, se agudizaron esos infundios con el franquismo y el nacionalcatolicismo, impuesto por la Iglesia y sus adláteres, quienes denigraron, difamaron y excluyeron también las obras del genial novelista universal.

Si los ilustres artistas canarios (Martín y Manolo) mentaron el noble nombre de D. Benito Pérez Galdós, con la misma falsedad inventada maléficamente por sus detractores, para menospreciar la imagen del maestro de la creación literaria, creo que también desconocían la biografía de Galdós y el intenso amor que siempre demostró por su tierra natal. (Y si me lo permiten, y con perdón, les emplazo a que lean el artículo de investigación realizado por un servidor: “El incuestionable amor a Canarias de don Benito Pérez Galdós”, publicado en la revista Moralia, número 12; de la Casa Museo Tomás Morales). No olvidemos que el joven Benito salió de su tierra con solo diecinueve años, para estudiar Derecho, en Madrid. ¿Tenía juicios el joven y futuro gran literato a esa edad, para desprestigiar a sus conterráneos? Lo dudo. Inclusive, siempre se preocupó sentidamente de su tierra y avatares, preguntando a todos los que a Madrid llegaban y le visitaban en su casa.

Entrando en harina, con respecto a la muestra plástica, creo que en título de misma no sea el adecuado para esta exposición tan variopinta en los contenidos que se exhiben. Es un popurrí de documentos y pinturas desvinculadas con el proyecto específico. ¿Por qué figura el gran surrealista que fue Óscar Domínguez? Acaso por juntar a los tres artistas plásticos más internacionales de Canarias. La obra de Domínguez es una plástica de carácter estrictamente universal. El artista se hizo al socaire de las primeras vanguardias de París, y su obra es totalmente ajena a la cultura de Canarias. Ninguna, excepto en sus años de mozo, tuvo relación cultural-plástica con su tierra. Nada tiene de concatenación con el pensamiento y cultura isleña. Solo se le conocen dos o tres obras dedicadas una a plasmar un drago en un contexto surrealista, que titula ‘Drago’; y especialmente, la siguiente que lleva por título ‘Cueva de guanches’ –una gran obra surrealista de 1935–. Esta grandiosa obra podía haber tenido otra denominación y hubiese tenido el mismo argumento e idea.

Sí están en la idea del proyecto originario los dos grandes artistas grancanarios, que desde muy jóvenes se vincularon con los vestigios de la cultura aborigen, tanto a nivel arqueológico como estético-cultural; y a las naturalezas del entorno canario, en el que nacieron y convivieron hasta que marcharon a Madrid. Estos elementos aborígenes han sido las claves para configurar las temáticas de sus elucubraciones estéticas. Los saberes adquiridos previamente se refrendaron en sus obras siguiendo las pautas y modas del momento, llegadas de los renovadores movimientos rupturistas parisinos, con la deriva de los artistas de vanguardia hacia las artes primitivistas de los pueblos africanos, especialmente.

Dichas manifestaciones plásticas surgieron en nuevas expresiones en las vanguardias del arte moderno que aún tenía su cuna en París. La ruptura y total abandono del academicismo a la libertad de concepción de la plástica, tuvo en un principio al movimiento cubista, que se apoyó en las máscaras y figuras africanas en 1907. Los artistas españoles de las vanguardias estéticas en general, retomaron esas ideas libertarias cincuenta años después. El movimiento introductorio en España lo hicieron posible los grupos Dau al set (Barcelona 1948); y El Paso (Madrid, 1957), en el que se integraron en esas mismas ideas de las estéticas modernas los dos artistas grancanarios.

Desde mi modesto punto de vista, esta loable idea podía haber estado centrada solo en los dos artistas grancanarios. Obras de temáticas aborigen y del entorno insular les sobra. Ellos han sido, junto a otros artistas canarios –a los que no se citan en la muestra–, quienes también y con gran dominio, se han inspirado en esta novedad temática de la modernidad para fraguar sus ideas de arte contemporáneo (Placido Fleitas, Felo Monzón, Pepe Dámaso; y tantos otros artistas de la centenaria Escuela Luján Pérez). En cambio, en esta muestra se compilan una serie de obras que nada tienen de concomitancia. Solo es un popurrí o bazar chino, de obras diversas y descontextualizadas del tema principal del proyecto. El conocimiento de la esencia del arte canario queda entredicho (con diversas pifias). Para ese viaje no se necesitan alforjas.

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