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¿Cambio? ¿Qué cambio?

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

Rajoy amenazó con que todo seguiría igual y ha cumplido. No puede reprochársele nada porque sus advertencias fueron claras. El error fue de Albert Rivera y Ciudadanos si creyeron, de verdad, que burro viejo puede aprender idiomas. Así y todo pensé que igual la lista del nuevo Gobierno traería alguna novedad que comentar, todo apunta a que las cosas seguirán igual y que las novedades lo son, como mucho, de reajustes internos entre los “sorayos” y los que osen rechistar más otros de menor cuantía. Nada de interés para el personal de a pie.

De cara a la calle, me parece significativo que Iñigo Méndez de Vigo, ministro de Educación, vaya a ser portavoz del Gobierno; o que Juan Ignacio Zoido sustituya en Interior al impresentable Fernández Díaz. En el primer caso, imagino que habrá influido que haya conseguido calmar un tanto las aguas revueltas por su antecesor, el ineféibol Wert; habilidad que puede contribuir a una mejora de las relaciones con los medios entre los que se ha entronizado una imagen poco favorecedora del presidente. Aunque, vayan ustedes a saber: la realidad es que los prestigios de Rajoy como gallego en ejercicio, combinados con la sensación de que en realidad no se entera, lo alejan, a ojos de la gente, de sus grandes responsabilidades políticas como presidente del partido de la corrupción. Debe ser esta forma suya de escabullirse especialidad gallega porque de Franco también oías decir por esos campos que era buena gente y que los sinvergüenzas eran sus ministros.

Por si a alguien se le pasa por la cabeza la idea de que Soraya Sáenz de Santamaría ha caído en desgracia al quitarla de portavoz, fíjense que no sólo la mantiene Rajoy en la vicepresidencia sino que le encomienda las administraciones públicas, es decir, las relaciones con las comunidades autónomas. Este cuidado lo tenía hasta ahora Cristóbal Montoro, que apenas se ocupó del asunto porque como ministro de Hacienda su función era putearlas en su caracterización principal de ministro recortador. No es torpe invención liberar a Montoro de semejante papeleta para que refuerce su full time y pueda dedicarse a buscar de donde recortarnos los 5.500 millones comprometidos con Bruselas para 2017 y los otros tantos para 2018. Soraya, ya saben, ha logrado sentarse con Oriol Junqueras y conversar con él largo rato sin que corriera la sangre y a lo mejor fue eso lo que decidió a Rajoy.

Cabría añadir, en lo que se refiere a la vicepresidenta, que Rajoy parece especialmente interesado en satisfacer a Soraya por cuanto ha nombrado a su eterna rival, Dolores de Cospedal, ministra de Defensa, un cargo de muy limitado peso político en el Gobierno. La intencionalidad parece evidente y debe suponerse que Rajoy espera que haya paz y en caso de que Cospedal se contagie y se ponga guerrera, siempre estará a tiempo de sacarla de la secretaría general del PP que es ahora su principal trinchera. De momento, tranquilidad.

Diría que a ese orden de sus preocupaciones europeas obedece la confirmación de Luis de Guindos, uno de sus hombres fuertes. Guindos se hizo cargo de Industria cuando Soria dejó felizmente de ministrear y ahora, no sé si como premio o cruz, Rajoy adscribió definitivamente Industria a Economía. El nombramiento en Exteriores de Alfonso Dastis, que ha hecho toda su carrera en Europa y que estaba de representante permanente de España ante la UE parece indicar que se quiere reforzar la presencia en esas instancias europeas.

Otros nombramientos a comentar son el de Fátima Báñez, que repite para que siga la virgen del Rocío acompañando al PP; el de Dolors Montserrat en Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, si bien no debe descartarse que esté llamada a hacer algún papel en los obligados contactos con Cataluña. Tengo entendido que Montserrat fue negociadora principal del acuerdo con Ciudadanos y debió hacerlo con suficiente acierto como para tenerla a mano, llegado el caso de negociar en catalán.

Asimismo, llama la atención el nombramiento de Juan Ignacio Zoido como ministro de Interior. Rajoy necesita borrar cuanto antes la memoria de su sin embargo amigo Jorge Fernández Díaz que deja detrás una gestión de hombre poco ducho en leyes no tanto porque no las haya estudiado, que no lo sé, sino porque se le desató el facherío, diría que sociológico, para insultar. Zoido ha sido juez y creció en ambiente progres, incluso de izquierdas, lo que le lleva a entenderse mejor con otras ideologías.

Son éstas las primeras impresiones acerca de los nombramientos que se antojan más significativos. Un Gobierno continuista, sin más voluntad de cambio que la de enmendar errores para mejorar su imagen, o sea, por razones partidistas no con la vista puesta en la mejora de la democracia. Un Gobierno que, da la sensación, no durará demasiado de abocado a unas elecciones anticipadas en cuanto Rajoy se convenza de que volverá a conseguir la mayoría absoluta; o se sienta tan acorralado que trate de zafarse.

Grabaciones en justicia

El juez Salvador Alba me recuerda la caricatura del presidente Nixon a punto de perecer asfixiado bajo toneladas o kilómetros, táchese lo que no corresponda, de cintas magnetofónicas cuando el Watergate. El dibujo apareció, si mal no recuerdo, en Newsweek en alusión al lío en que andaba el hombre metido. Antes de que me salga el típico enterado de la caja del agua de guardia, diréles que Alba no se verá en trance parecido pues hoy la electrónica ha simplificado estos artilugios de grabar y ya no se utilizan las cintas.

Desde luego, están quedando bonitos el juez Alba y algún colega suyo, de los que pasaron por allí los días de autos en el momento de perpetrar Miguel Ángel Ramírez las grabaciones que traen por la calle de la amargura a unos y buscando donde meterse a otros. La fiebre de las grabaciones es tal que ahora resulta que también los jueces se graban entre sí. Aunque todavía se nota un cierto primitivismo pues se habla, incluso, de una reunión en cierta piscina en que los participantes estarían en bañador para impedir grabaciones; como si no se hubiera encontrado el modo de esconder bajo la piel el micro, que lo tengo yo visto en cantidad de telefilms; para que luego digan que la tele no educa.

Habrán notado que ya ni sé por donde entrarle a semejante carajera de la que emerge Ramírez con el mérito de habernos puesto ante la evidencia de que no estamos en las mejores manos. Cuando menos, no faltan motivos para sospechar que mienten los políticos cuando proclaman su confianza ciega en la Justicia. Cuando la proclaman en público, se entiende, porque en privado aseguran, para que no los tomen por bobos, que en las instancias judiciales los burros vuelan. Uno, qué quieren, está de acuerdo con que sin una Justicia como Dios manda no hay democracia posible. Y de ahí que me preocupe que la adjetiven de “justa” por cuanto presupone que hay otra injusta. Se diferencia, pues, entre el pomposo aparataje de la judicatura, puñetas incluidas, y la calidad de la justicia que depende del conocimiento y dominio de las leyes y de los procedimientos y de la voluntad del juez de ser ecuánime. Y ya no entro en el supuesto de que la injusticia radique en la misma ley porque sería ir demasiado lejos para lo que le pagan a uno.

Reconocido el mérito de Ramírez, debe anotarse que, sin duda, entre sus propósitos no estaban cuestiones tan espesas. Buscaba otra cosa en la que tampoco entraré más allá del claro intento de guardarse las espaldas. Iba a lo suyo, muy en su derecho.

Lo sorprendente, dicho sea como recurso estilístico porque la sorpresa es relativa, figura la constatación de que los odios generados por la política no son buenos consejeros. Ahí es nada el que le tiene José Manuel Soria a la jueza Victoria Rosell por razones conocidas y como los animalitos se conocen, que dicen en mi pueblo, se juntó con el juez Alba, a quien tampoco le hacía maldita gracia Rosell por escorada hacia el sector progresista de la Judicatura y hasta ahí podíamos llegar. Los dos creyeron que uniendo sus esfuerzos podrían dañarla en su profesión y en su vida privada, como ha podido saberse ahora, a medida que se van conociendo las grabaciones de Ramírez que, por si fuera poco, asegura disponer de informaciones que reserva para cuando sea llamado a comparecer ante un tribunal. Visto desde fuera pudiera parecer que no ocurre nada y que este feo asuntejo va camino del olvido, pero no es así: demasiada basura ha asomado en un ámbito tan sensible como el judicial para que no se trate de limpiarlo a fondo cuando llegue el momento procesal y nunca mejor dicho. He oído criticar que el juez Alba siga actuando tan campante, pero me da que es una impresión falsa, que la Justicia tiene sus tiempos en estas cosas (todo el tiempo en otras) y que habrá novedades llegado el momento.

El senador Ramón Espinar es el último miembro de Podemos que ha dado ocasión a poner a caer de un burro a este partido. Es público y notorio que esos enemigos, que no rivales, se agarran a un clavo ardiendo para magnificar los renuncios en que agarran a los podemistas haciendo pasar por pecados imperdonables actuaciones que defienden en los amigos. A veces llegan al punto absurdo de presentar como horrible trasgresión el simple hecho de tratar de ganarse la vida o de cobrar por un trabajo. Práctica que, por cierto, hace que la gente no se crea lo que hay cuando se han cometido verdaderas granujadas. Y al margen de lo que se opine del caso de Espinar, convendrán conmigo que han ido a por él con una dureza e insistencia ausente en casos en los que se ha metido la mano directamente en la caja pública. Primeras páginas y las aperturas de los informativos de la tele se han abierto con este asunto; despliegues desproporcionados.

Los hechos, tal como nos los han contado se reducen a que Espinar compró un piso de protección oficial en Alcobendas y lo vendió a los cuatro meses aprovechando su revalorización con un beneficio de 20.000 euros. Dice Espinar que lo adquirió mediante la entrega de una cantidad prestada por miembros de su familia y la firma de una hipoteca que le obligaba a pagar 580 euros mensuales. Este pago, asegura, resultó una carga que no podía afrontar pues la cantidad, afirmó, era 100 euros superior a sus ingresos en aquel momento. Total que, con las debidas autorizaciones, procedió a su venta de la que obtuvo el beneficio ya dicho de 20.000 euros.

Como ha dicho Cayo Lara, ex líder de IU, “especular es especular” y desde luego Espinar hizo una operación especulativa. Pero no se tienen en cuenta de forma interesada determinados extremos. En primer lugar, se olvida que la esencia de la economía de mercado es la especulación, es decir, conseguir el máximo por los bienes que se venden y los servicios que se prestan. La Bolsa, tan seria ella, se asienta sobre la especulación. Y el comercio. Y los negocios.

Dicho esto, añadiré que hay especulaciones que se pasan de castaño oscuro y llegan a la corrupción como efecto no tan colateral. Pongamos el caso del promotor inmobiliario que adquiere un terreno y cuenta con su influencia en el ayuntamiento que sea para conseguir que los solares se declaren urbanizables, lo que le permite construir y sacar un beneficio abusivo. Son operaciones consideradas normales que han arrasado áreas enteras sin que hayan merecido la escandalera que le han formado al senador polemista. Huele que apesta. No sé si recuerdan que el Ayuntamiento de Madrid, en la época de Ana Botella, vendió a inmobiliarias buitre tropecientas y pico viviendas sin contar, ni siquiera avisar, a sus ocupantes, a los que los nuevos dueños modificaron las condiciones sin respetar siquiera las de su definitivo acceso a la propiedad. La historia sigue dando que hablar pero con sordina, no con los amplificadores del asunto del senador de Podemos. Si analizamos los dos casos puede constatarse que es posible que los medios informativos engañen sin mentir. Porque es cierta la operación de Espinar y que obtuvo un beneficio, pero se engaña al darle unas dimensiones informativas exageradas, como si se tratara de un caso insólito, de algo infrecuente. Y para reforzar esa impresión recogió, concretamente El País, unas declaraciones de Francisco Naranjo, presidente de Vitra, la cooperativa en la órbita de CC.OO. que le vendió la vivienda a Espinar. Se extrañaba Naranjo que a los pocos meses de haber firmado la escritura se desprendiera del piso. “No es lo habitual”, aseguró Navarro para quien bien pudo Espinar entregárselo a Vitra “por el precio al que nosotros se lo vendimos a él”. Razones. Seguro que la cooperativa tampoco le hubiera aplicado la revalorización al nuevo adquirente, qué va.

No trato de justificar a Espinar. Simplemente digo que ya está bien. Porque no deja de tener su coña que las críticas a su actuación de acuerdo con las leyes de mercado venga de la banda ideológica que abomina del “paraíso comunista” porque niega, qué cosa, el mercado.

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