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Los pecados mortales de Clavijo

El presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo.

José A. Alemán

Desde muy niño, con apenas uso de razón, escuché a mi abuelo afirmar que los canarios todos estábamos en pecado mortal. Cosa muy seria en aquellos tiempos aunque, la verdad, no acababa yo de saber a qué pecado se refería. Empecé a cogerle el sentido a la cosa ya montado en mis quince añitos o por ahí cuando cerraron el canal de Suez, lo que obligó a los barcos que iban del Índico a Europa a coger por el sur africano y en gran parte recabar en las islas. Recuerdo los comentarios acerca de lo bien que le iban los negocios a las empresas portuarias que no daban avío con los barcos entrantes y salientes. Pero no acabé yo de entender el asunto en profundidad hasta el golpe de Estado de 1967 en Grecia con el establecimiento de la dictadura de los coroneles. El boicot internacional al régimen militar desvió hacia Canarias a miles de turistas de modo que la desgracia de los griegos benefició a las islas. Era evidente a que se refería mi abuelo pero aunque lo comprendiera no acababa de ver el tamaño del pecado mortal isleño hasta cierto día, de 1967 o 1968, quizá 1969 en que me dejé caer por El Guanche, en el Parque de Santa Catalina. Solía ir por allí, sobre todo durante la zafra tomatera, porque a la hora del aperitivo se reunían allí cosecheros-exportadores y siempre se te pegaba algo que llevarte a la Redacción.

Aquel día estaban las mesas muy concurridas y no se oía sino el estampido de las botellas de la Viuda (la de Clicquot, no la del Gaitero) y de Moët & Chandon a discreción. La razón, unas tremendas heladas en la Península habían arruinado las cosechas y se quedaba el tomate canario con prácticamente todo el mercado. Pensé que estaba feo eso de celebrar con tanto estruendo la desgracia ajena y hubo quien adivinó lo que me pasaba por la cabeza, la necesidad de que alguien me diera un pretexto para sumergirme en la fiesta, que hacía buen sol y apetecía un poco de champán fresquito.

Lo de esa gente ya no tiene remedio –me dijo alguien que debió adivinar lo que estaba pensando-. Hoy fueron las heladas allá, mañana puede venírsenos arriba a nosotros el desierto…

-¡Vale, vale! No digas más y despacha áhi.

Desear y aprovecharse de las desgracias ajenas está feo. Y agrava el pecado celebrar esas desgracias y ni les cuento de los que, encima, le dan las gracias a Dios. Está feo, ya digo, pero no por eso deja de ser actitud perfectamente incorporada a nuestro folklore que, por lo que he visto, ignoran los políticos canarios, nacionalistas. Y lo ignoran hasta el punto de entrarle duro a Fernando Clavijo por decir que la bronca de los USA con México puede aprovechar al sector turístico canario si se lograra captar americanos que cambien el México lindo por las Canarias que tampoco están de mal ver.

Quiero decir que el presidente Clavijo sólo dijo eso, sin más y me da que quienes han sacado las conclusiones de que el hombre está del lado de Donald Trump se han pasado unos cuantos pueblos. No le ha quedado a Clavijo otro remedio que salir a echar en público pestes del presidente americano a pique de que se enfade y prohíba a los americanos venir a las islas y nos trate como a mexicanos y acabe por pedirle al pesado de Rajoy que intermedie. Es no saber con quien están dando.

Y dale con el Festival Internacional de Música

En el arranque del Festival Internacional de Música, hace tres décadas, confluyó la larga tradición musical grancanaria que viene, en su forma, moderna de la fundación, en 1845, de la Sociedad Filarmónica de Las Palmas; hace 172 años, nada menos. La Filarmónica fijó la afición musical que hoy figura entre las mayores aportaciones de la burguesía isleña, si no la mayor, a la vida social y cultural de la ciudad. Una aportación que el musicólogo Lothar Siemens ayuda a matizar con la historia de la Filarmónica que publicara en 1995, con motivo de su 150 aniversario. En ese libro, Siemens sitúa las raíces remotas de la afición musical de la capital grancanaria en la capilla de Música de su Catedral, de finales del siglo XV. Pero no es preciso remontarse tanto y sí quedarse con que, al decir del autor, fueron “los propios músicos los que finalmente, y al margen de la sección de música del Gabinete Literario, deciden poner en marcha por vez primera en las islas una asociación filarmónica”. Aparece de por medio, cómo no, el Gabinete Literario al que se deben tantas iniciativas importantes.

La fundación podría considerarse vanguardista, diríamos hoy, porque se alineó, sigue explicando Siemens, con la entonces novedad europea y americana de “dar conciertos”, o sea, de liberarse los músicos de su supeditación tradicional a la liturgia religiosa y a las funciones teatrales para comenzar a ofrecer espectáculos puramente musicales; lo que supuso abrir en Las Palmas una puerta a la melomanía “y al desarrollo de una cultura musical cívica de tipo autónomo”, remata el autor.

La profesionalidad, la docencia y cierto corporativismo estuvieron presentes, pues, en el origen de la Filarmónica lo que, cuando menos, debilita la imagen elitista que se le adjudica quienes no reparan en que la forma de superar ese y cualquier otro elitismo no es su denuncia airada y/o despreciativa sino la educación y la promoción cultural generalizada. En 1860, quince años después de la fundación de la Filarmónica, de acuerdo con el diccionario estadístico de Olive, la ciudad de Las Palmas tenía poco más de 14.000 habitantes de los que sólo el 20% sabía leer y escribir: ¿constituía éste 20% una elite? ¿No sería mejor, en lugar de denunciar a los privilegiados, arremeter contra los poderes y las estructuras políticas y económicas que perpetúan las desigualdades de las que derivan las elites?

Viene esto a cuento, habrán supuesto, del fiasco de la última edición del Festival de Música. Recuerdo que hace treinta años, cuando se decidió regionalizar los conciertos que se venían celebrando por aquel entonces en Las Palmas, hubo división de opiniones. Algunos aficionados grancanarios temieron que la iniciativa supusiera el fin en Gran Canaria de aquellos encuentros. Se desconfiaba del insularismo ático y seguía vigente lo de cada uno en su casa y Dios en la de todos, que fue la aspiración de Gran Canaria para zafarse del poder provincial centralizado en Tenerife y regirse por sí misma. Daban por descontado, en fin, que en cuanto los insularistas tinerfeños metieran cuchara, se acabaría lo que se daba. Injustamente se minusvaloraba el movimiento filarmónico tinerfeño que hizo acto de presencia en el Puerto de la Cruz en el último tercio del siglo XVIII, al calor de la Ilustración. El movimiento se prolongó a lo largo del siglo XIX con Carlos y Francisco Guigou por un lado y por el otro el músico Juan Padrón que creó la Santa Cecilia con un buen número de socios, los que promovieron una sala de audiciones en el hoy Parlamento de Canarias. El fallecimiento de Francisco Guigou y de Padrón supuso la desaparición de sus respectivas sociedades poco antes del finalizar el siglo XIX.

No sé hasta qué punto aquellas suspicacias respecto a las maniobras áticas tenían fundamento. Por más que no faltaban antecedentes en otros ámbitos de esa forma de actuar de primos tan lejanos. No sé, en definitiva, hasta qué punto los áticos, atrincherados en CC, influyeron en las decisiones relacionadas con el fracaso de la edición 2017 del Festival. Pero tampoco me sorprendería que hubiera algo de eso dado la determinante presencia grancanaria en todos estos años. Nada les diré del buen hacer del inolvidable Rafael Nebot, que orientó el Festival como lo hemos conocido hasta ayer mismito; ni de la discreción de su sucesora, Candelaria Rodríguez, que hizo su trabajo a conciencia, pese a lo cual la cesaron sin que se sepa muy bien el motivo; aunque los peor pensados puedan sospecharlo al ser sustituida por el músico conejero, residente en Alemania, Nino Díaz, a título de coordinador provisional de la edición que acabó en desastre. Fue nombrado por la consejera de Turismo, Cultura y Deportes, María Teresa Lorenzo, también lanzaroteña lo que ha dado lugar a cierta sensación de compadreo, de amiguismo, de pertenencia a la misma escudería. Da la impresión, por éste y otros casos, que el espíritu ático ha encontrado acomodo en las islas no capitalinas, lo que permite a Clavijo no tirar la piedra y esconder la mano.

Así se entiende que Paulino Rivero no fuera plato de gusto en la presidencia del Gobierno para los áticos recalcitrantes. No sólo era, el hombre, de tierra adentro sino que trató de favorecer a su partido mejorando la relación de la presidencia con Gran Canaria, lo que le hizo parecer menos sectario que Clavijo que se empeña en hacer tándem con Carlos Alonso. Pero no es éste el tema que aquí interesa. El caso es que vuelvo a no saber si Clavijo quiso eliminar la presencia grancanaria en la sala de máquinas del Festival; o si lo suyo fue intento sincero de reorientar un modelo que, dicen, daba ya muestras de agotamiento. Impide prosperar a esta segunda posibilidad la insistencia oficial en el éxito a pesar de los conciertos medio vacíos y la disconformidad de la programación por parte de los aficionados, más la evidente demagogia de asumir la organización del Festival tareas de promoción cultural que no le corresponden, como ha señalado Jerónimo Saavedra que advirtió antes y con tiempo del batacazo que podrían darse; y se dieron.

Otro aspecto a considerar es que tanto la consejera de Cultura, María Teresa Lorenzo, como el coordinador provisional del Festival, Nino Díaz, barruntaron que iban proa al marisco porque unos días antes del comienzo del Festival anunciaron que en 2018 se volvería al formato anterior. Han tenido que apurar la copa del fracaso (anunciado) para reconocer que estos asuntos no son de soplar y hacer botellas. La consejera se sintió incluso obligada a afirmar, en tono de disculpa, que la programación naufragada se hizo “con toda la buena intención y profesionalidad” del mundo; lo que viene a confirmar que el infierno está empedrado de buenas intenciones. En cuanto a Nino Díaz, pidió disculpas a los abonados por no sé qué manifestaciones que pudieron sonar ofensivas.

Por otro lado, parece que Fernando Clavijo está molesto con todo este asunto y se baraja su disposición a cesar a la consejera. Y nueva duda porque no sabría decirles si Lorenzo, persona humana al fin, metió la pata en uso de su libre albedrío y recto entender o si actuó por delegación presidencial sin analizar consecuencias e implicaciones. Duda que enlazo con otra acerca de si Clavijo es de los que utilizan a subordinados y personal dependiente para que purguen los errores en su lugar. No sé pero, qué quieren, sin conocerlo pues no lo he visto en mi vida, me sugiere Clavijo a aquellos hijos mimados por sus poderosos padres que pueden cometer todo tipo de travesuras y fechorías en la seguridad de que las nalgadas y los reglazos se los llevará el esclavito que su padre compró a tal efecto. Los pecados mortales de Clavijo aumentan que da gusto.

Y no entro en el tema de la inasistencia mayoritaria de políticos y gente del Gobierno a los conciertos. Justamente lo que explicaría el absoluto desinterés por esta manifestación cultural de los mismos que el jueves estaban en el Parlamento exigiendo explicaciones por algo que les importa tres pitos. Ya el hecho de que la consejería de María Teresa Lorenzo sea de Turismo, Cultura y Deportes lo dice casi todo. Y ver a Pepa Luzardo pidiendo explicaciones (culturales), cuando fue su sectarismo lo que acabó con el Womad en Las Palmas no deja de ser un bonito espectáculo. No sé si de cinismo, de poca vergüenza o qué sé yo.

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