Está demostrado documentalmente que Salvador Iglesias actuó de modo irregular (qué finos y delicados estamos hoy) cargando al erario público obras en inmuebles de su propiedad y de su suegro. Tanto es así que cuando se descubrió el pastel, tuvo que pagar el importe de esos trabajos, y constan los talones de ese reintegro. Para premiarlo por tan elevados servicios al interés general, el Gobierno de Canarias no sólo lo distingue ahora con la mentada medalla de oro, sino que además, lo mantiene como director general de Gestión Sanitaria de Canarias, una empresa pública del Ejecutivo regional. Es decir, que el buen señor sigue manejando dineros de todos nosotros.