Hasta ahora los respectivos jefes de la fiscalía y de la Policía Local han conseguido reconducir las obligadas relaciones, las imprescindibles buenas relaciones que deben reinar entre ambos colectivos, incluso con petición pública de disculpas de los agentes a los fiscales tras la penúltima juerga. Ni la Policía Local está para que tomen el pelo a sus agentes, en su mayoría honrados funcionarios que bastante cruz tienen con lo que históricamente ha padecido ese cuerpo, ni los rambitos que durante un tiempo afloraron en ese cuerpo deben creerse los amos de la ciudad por ponerse las botas por fuera del pantalón y asfixiarse de calor en pleno verano ciñéndose una braga de montaña a modo de grupo de operaciones especiales. Hay casos de guindillas que claman al cielo, que no son precisamente un ejemplo de servicio público: corrupción de chicha y nabo, abuso de autoridad, prevaricación de medio pelo... Pero los fiscales y los jueces, que también padecen a veces excesos impropios de agentes del orden, deben esforzarse por mantener unas buenas relaciones con los agentes de la autoridad. Y si deben exigir una mejor formación y profesionalidad, que utilicen el conducto reglamentario. Incluso pueden utilizar al fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce, que este jueves vendrá a Las Palmas de Gran Canaria a presenciar la jura como fiscal de un hijo de su esposa. Torres-Dulce, que en su día apadrinó al teniente fiscal de Las Palmas, Guillermo García-Panasco, celebrará aquí junta de fiscales y luego una comida en la que muy probablemente se aborden estas tiranteces que pican como la guindilla.