Con Mauricio pasando el puente en el hotel de Meloneras, de la propiedad de Lopesan, termina otro capítulo de esta historia de dique, empresas y presidentes mandados a encargar. Han sido informados aquí puntualmente de todo ello. Las razones por las que se ha montado ese guirigay hay que encontrarlas aplicando los manuales de la criminología: el cadáver es el dique y los móviles no están claros. A Lopesan, pequeño favor le han hecho intentando -eso está probado- que la metan en la UTE que construye el dique. Por la reputación de unos y otros el sospechoso principal es Mauricio. Mejor en la intriga, en la manipulación, que Soria, éste sólo ha podido aspirar a ser cómplice necesario. Pero si Lopesan no gana, porque otras maneras ha habido de compensar a esa empresa canaria, tan bien gestionada y sin necesidad de esos apoyos, del desafuero de Luis Hernández, la hipótesis más plausible es que se trata de un ejercicio de poder. La inicial autosuficiencia de Fomento de Construcciones y Contratas y de su presidente, Marcelino Oreja, pudo enfadar a Mauricio, amigo de banqueros y comensal en desayunos con Botines y otros prebostes. Exhibidor de su poder (“controlo a ATI, los descamisados de Román hacen o hacían lo que les digo yo; Soria y Arenas están conmigo”), acaso Mauricio quiso darle en los besos a Marcelino. Pero en la política no se pueden hacer esos destrozos. Porque un día la ciudadanía se levanta espabilada y, a la voz de “se acabó”, más destrozos. Aunque ésos valdrán la pena.