Teresa Cárdenes se rodeó de un equipo de incondicionales que le han seguido hasta el último momento, no sin riesgo; pero como corresponde a cualquier colectivo humano que se precie, particularmente sacudido por los despidos, las tiranteces empresariales y la crisis editorial, también alimentó a un buen puñado de críticos a los que se sumó una parte significativa de la empresa editora. Su plácet llegó de Oviedo, donde se concentra ahora casi todo el poder de Editorial Prensa Ibérica tras la jubilación de Guillermo García-Alcalde, y su final llegó también de la capital asturiana, por los conductos desembarcados en las Islas desde entonces.