Ya les avanzábamos desde la noche del domingo que las últimas cancaburradas en Mogán, ese ayuntamiento que bien merece ser absorbido por algún ente pensante mayor, debían ser objeto de mirárselo bien. En los tiempos que corren, actitudes políticas del nivel bajísimo de compadreo que se vive en ese municipio cuyo alcalde aboga abiertamente por fusionarse con San Bartolomé de Tirajana -fuerte marrón, Marco- provocan más indignación que hilaridad. Y no es de chiste la cosa, pero casi así suena: el concejal de Urbanismo, Tomás Lorenzo, tiene delegadas las competencias del alcalde a la hora de conceder licencias de obra. Pero hete aquí que en un rapto de no me vaya a quemar los dedos, es el alcalde quien sin revocar las competencias concede a una empresa cuyo socio único es el concejal de Urbanismo permiso para 40 apartamentos en Puerto Rico. Legal, lo que se dice legal, podrá serlo de aquí a Oslo, pero semejante andar de la perrita apesta en un municipio cuyos resultados electorales se deciden a golpe de fuerte convicciones europeas el mismo domingo de marras, o se pactan para un futuro como este descrito. ¿Tiene derecho un concejal de Urbanismo y de Turismo a tener un negocio inmobiliario turístico como el que denuncia la oposición en Mogán? No, caballero, no: por eso mismo en julio pasado cesó como administrador de esa mercantil para no figurar. Pero el concejal sigue siendo socio único de la empresa que ahora recibe 40 licencias. Qué bonito, Paquirrín.