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Ahora no toca

José Miguel González Hernández

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Se acerca el verano. El sol brilla con fuerza y playas y piscinas se ven a abocadas a su masivo uso. Buscamos el bañador, nos lo ponemos y comprobamos que aparecen ciertas formas de nuestro cuerpo que no estaban ahí. Pensamos enseguida en bajar unos kilos y así mejorar la autoestima. Podemos elegir entre la dieta recomendada que combina ejercicio con una alimentación sana y moderada o la abstinencia total de alimentos, cuya cara más drástica se personifica en la huelga de hambre.

Esta es una herramienta de lucha no violenta que consiste en renunciar a cualquier tipo de alimentación para reivindicar el cumplimiento de algún derecho o eliminar normas consideradas ilegítimas por el sujeto. Su motivación reivindicativa puede ser o no valorada, como mejor se crea conveniente. Pero otra realidad es que puede haber inventado una infalible dieta de adelgazamiento, aunque abierta a todo tipo de peligros, de los que hay que destacar el propio fallecimiento de la persona usuaria.

Durante nuestra vida, formamos una serie de hábitos que son marcadores de nuestras conductas y marcan nuestra fisiología. Por esta situación, cuando un organismo se priva de alimento alguno y lo hace de manera intempestiva, los organismos, en un principio, tratan de acomodarse a tal situación. Aparece el hambre como necesidad acuciante de ingerir alimento. Se inicia de forma imperceptible, que va aumentando de intensidad.

Si no se satisface, se hace crónica y llega a disminuir, siendo sucedida por una marcada postración, al mismo tiempo que nuestro cuerpo recurre a todas las posibilidades de ahorro energético. Normalmente solo nos sirve de aviso. El organismo empieza a utilizar su energía interna. Primero a través de los hidratos de carbono almacenados en mínimas cantidades en forma de glucógeno hepático y muscular, pero solo pueden suministrar energía por pocas horas. Le seguirá, por lo tanto, un vaciamiento progresivo de la grasa y proteínas hasta la desaparición del ser. Por eso la recomendación de todo dietista es la de adelgazar sin desfallecer, acompasando la dieta con cada biorritmo.

A la economía y a la sociedad le ocurre algo similar. Analizando el impacto de la corrección del déficit público sobre el PIB y la tasa de paro con cierta perspectiva histórica, podemos comprobar que se pudo combinar la disminución del déficit público (aunque a menores tasas de las exigidas por la Unión Europea) con el comienzo de un mejorable proceso de crecimiento económico, con la consecuencia inmediata de la paralización de la destrucción de puestos de trabajo, junto al comienzo del descenso, aún insuficiente, de la tasa de paro.

Pero como la velocidad no es la adecuada, hay parte de la sociedad que insiste en la generación de más ajustes. En este sentido, aprendamos de la historia y establezcámoslos de forma correlacionada con el ciclo económico y social de las regiones. Es decir, no generando un aumento de la intensidad en el proceso de disminución del déficit público que pueda castigar la evolución positiva del PIB.

Conclusión, no se trata de no querer corregir los desequilibrios fiscales, sino de acompasarlos, de ahí que hay que combinarlos con políticas de crecimiento incentivadoras de la inversión y, por ende, del empleo. De lo contrario, la sombra de la insolvencia puede volver a aparecer y corremos el riesgo de gripar a la sociedad por falta de lubricación y exceso de temperatura. Y debemos decir que, un motor gripado, es muy caro de reparar. Incluso es mejor comprar uno nuevo y, ahora mismo, no estamos para lujos ni dispendios…

*Economista

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