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Annie Ernaux, el arte de escribir a los 80 años sin rehuir ninguna polémica

Alejandro Luque / Alejandro Luque

Formentor —

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Hasta hace poco, el nombre de Annie Ernaux (Lillebonne, Francia, 1940) era conocido en España por unos pocos lectores avisados, gracias a un sello editorial modesto y valiente, Cabaret Voltaire, que ha venido publicando regularmente títulos como La mujer helada, El uso de la foto, El acontecimiento, Memoria de chica o el más reciente Los años. Hasta que este año la concesión del premio Formentor vino a consagrar su altura de escritora personalísima, capaz de conciliar el testimonio en primera persona con una mirada global sobre su tiempo.

Este fin de semana acudía al hotel que da nombre al galardón, en el norte de Mallorca. Quienes han seguido su trayectoria tenían cierta sensación de familiaridad, pues no en vano a través de sus libros Ernaux ha ido contando desde su infancia o la pérdida de la virginidad a la relación con sus padres, sus celos o un aborto clandestino. Intimidades que ahora, con 79 años recién cumplidos –45 de ellos publicando– le obligan a menudo a explicar su preferencia de la narrativa autobiográfica sobre la ficción. “La contraposición entre ficción y realidad es un falso problema, lo importante es escribir la verdad. Y la forma que esta verdad adopte, ya sea la ficción, la no ficción, la autobiografía, no es crucial, lo crucial es la verdad. El que escribe establece una relación con el mundo, se implica en el mundo a través de su escritura”.

La implicación de Ernaux ha sido casi siempre radical. Confiesa no haberse sentido sola en su larga travesía, “porque la soledad es inherente al oficio de la escritura, pero sí incomprendida”. Le irritó tanto la condescendencia que sintió cuando publicó La mujer helada, el relato de una mujer que experimenta la frustración a pesar de haber logrado sus objetivos en la vida, como el rechazo frontal de los antiabortistas con El acontecimiento. En Pura pasión, su libro más tórrido, “se me echaron encima las feministas, y los hombres me llamaron cachonda”, evoca.     

Una visión, desde luego, algo miope de una literatura fibrosa, poco dada al adorno gratuito o la afectación sensiblera. “Cuando tengo un recuerdo personal”, prosigue la autora, “lo sitúo en una época y la relaciono con los acontecimientos de esa época y los modos de vivir que había en ese instante. Una de las funciones de la literatura es transmitir lo que ha sido y lo que ha existido y que todo eso se conserve”. Pero también señala otra misión del escritor, y es “desmontar la manipulación de las palabras, las tergiversaciones del poder. Lo que ha cambiado en este momento es que el artista tiene cada vez más difícil acceder a los medios de comunicación para proceder al desmontaje de esa narrativa del poder”.

Ahí hace acto de presencia la Annie Ernaux que no rehúye ninguna polémica, ya sea en el campo de la política, del feminismo o de cualquier otro conflicto social. Preguntada sobre las declaraciones de reconocidas figuras de su país como Catherine Deneuve o Catherine Millet, que a principios del año pasado cuestionaron severamente el “puritanismo” del movimiento #Metoo, Ernaux se muestra implacable: “Conozco bien a esas mujeres, y son unas privilegiadas que han podido escoger y disponer de su vida sexual como han querido. Pero luego está la chica a la que le tocan el culo en el Metro o a la que el patrón obliga a acostarse con él para mantener su puesto de trabajo. Me parece muy grave que unas mujeres no hayan sido solidarias ni capaces de meterse en la piel de las otras mujeres”.

Una postura feminista que contrasta con el apoyo que Ernaux ha expresado públicamente hacia la islamista Houria Bouteldja, que defiende una ideología de segregación entre blancos y racializados. La escritora matiza: “Yo no estoy de acuerdo en prohibir a las mujeres llevar el velo. No conozco suficientemente el islam, simplemente puedo ponerme en el lugar de una mujer que lleva el velo en Francia, y no estoy de acuerdo con que las obliguen a quitárselo, no se puede imponer la libertad”. Cuando se le señala que no es lo mismo estar contra la prohibición de un símbolo que aprobarlo, medita unos segundos y responde: “La cuestión es que hay asociaciones en Francia que pretenden eliminar el hiyab del espacio público. Creo que es injusto, y está relacionado con el rechazo histórico a los musulmanes en Francia”. 

En cuanto a los chalecos amarillos, el movimiento popular que ha sacudido Francia en los últimos meses, y que ha sido progresivamente desacreditado como machista, racista o escorado hacia la derecha, Ernaux no duda en romper una lanza por él. “El movimiento no es masculino, hay muchas mujeres. ¡De hecho lo empezó una mujer! Y tampoco es reaccionario, no es conservador, no es nihilista”, asevera. ¿Por qué esa mala fama, entonces? “Como no está promovido por los intelectuales parisinos, como no tiene etiqueta política, como no lo promueven el sindicato o el partido comunista, pues esos mismos intelectuales quieren desprestigiarlo y tratarlo de antisemita y racista. ¡Pero esos intelectuales son más antisemitas, racistas y xenófobos que ellos! De manera larvada, claro. Tanto por mi origen humilde como por mi escritura, solo puedo estar al lado de ellos”. 

Por último, esta simpatizante declarada del socialista Jean-Luc Mélenchon no duda en criticar duramente al actual presidente, Emmanuel Macron, que suele ser muy bien valorado por los intelectuales como un hombre leído y culto. “No cuestiono si ha leído mucho o poco, solo sé que presume de ello, exhibe su cultura en el escaparate, cosa que no hicieron otros igual o más cultivados. [Francois] Miterrand, por ejemplo. Y [Jacques] Chirac hacía como que sabía menos adrede. En Macron solo hay golpes de efecto, hace un comentario para apoyar la cultura para jóvenes menores de 18 años y queda todo en el escaparate. Solo hay golpes de efecto”, apostilla.