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Antonio Muñoz, un alcalde heterodoxo para poner a prueba la modernidad de Sevilla

Antonio Morente

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En los meses de continuo runrún en los que Juan Espadas no soltaba ni prenda sobre quién sería su sustituto como alcalde de Sevilla, hubo un día en el que al terminar una reunión un empresario le pidió a Antonio Muñoz tratar una cuestión delicada. Corría por ahí el rumor, le dijo, de que le había impuesto a Espadas como condición para ser su sucesor que no iba a asistir a ningún acto religioso o relacionado con las hermandades. Muñoz se quedó a cuadros: su heterodoxia le pasaba una factura que no esperaba.

Porque en ese empeño por interpretar Sevilla siempre en clave de dualidad, Antonio Muñoz nunca ha estado precisamente en la cofradía del sevillano clásico. Nacido en 1959 en la vecina localidad de La Rinconada (en la que fue concejal entre 1983 y 1989), el futuro regidor pertenece a ese grupo de los heterodoxos, una especie de tercera vía entre los guardianes radicales de las esencias y aquellos a los que Sevilla les agota. Es un sevillano a su manera, ni de los que le cantan al azahar ni de los que reniegan de la ciudad (y de su intensidad) en arameo, y un verso suelto como político al que nunca le ha interesado la vida orgánica de su partido, el PSOE. Un “modernito” y un “cultureta”, como le llaman en sus propias filas, que va a poner a prueba la modernidad de Sevilla hasta con su orientación sexual, que no pregona pero que desde luego no oculta como demuestra al acudir a los eventos sociales de la mano de su pareja, Fernando.

Lo primero que todos destacan de Muñoz es que es un buen gestor, algo que se reconoce con la boca pequeña hasta en las bancadas de la oposición. Este licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Málaga y máster en Economía y Dirección de Empresas por el Instituto Internacional San Telmo, además de experto en Desarrollo Local por la Organización Internacional del Trabajo de Naciones Unidas, presenta un perfil de gestión especializada en dos cuestiones –cultura y sobre todo turismo– que como dicen en su entorno son el oro de Sevilla, la materia prima básica de la que se nutre la economía de la ciudad.

Componedor de equipos

Sentadas las bases de su currículum, ¿cómo es Antonio Muñoz? En lo profesional, a lo de gestor se le añade la coletilla de “con los pies en el suelo”, además de “gran componedor de equipos”, exigente pero de talante dialogante y poco dado a montar en cólera y echar una bronca. No es mal jefe, coincide algún que otro subordinado. “A mí nunca me ha reñido”, apuntan por un lado; “no le he visto nunca perder los papeles”, resaltan por otro.

En lo personal, el coro de voces coincide en presentarlo como culto, muy sociable, educadísimo, elegante con su mijita de postureo, muy pendiente de su imagen (no es que sea una fashion victim pero mira de reojo las marcas), responsable, prudente y cosmopolita, “aunque esta ciudad es mucho más cosmopolita de lo que creen algunos de sus trovadores oficiales”. “Es una persona sabia que no hace alardes”, de carácter tolerante y amante de la diversidad, un “interesado en todo lo nuevo que hay en el mundo”.

“No nos vale lo de siempre”

Al igual que se le presenta como gestor, también se dice de él que “tiene un modelo de ciudad en la cabeza”, a lo que se une que, como responsable urbanístico desde que en 2015 Juan Espadas llegó a la Alcaldía, conoce al dedillo los vericuetos de los principales proyectos en los que está embarcada Sevilla. Cuando aterrizó en el Gobierno local insistió en que la ciudad tenía que jugar en la Champions desde el punto de vista cultural, un mensaje de exigencia que ha intentado trasladar también a terrenos como el turístico y el urbanístico. “No nos vale lo de siempre”, fue el mensaje con el que llegó.

Su mundo siempre fue más profesional que político, con cargos que empezaron a finales de los 80 como jefe de servicio en la Agencia de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía para luego pasar por la Diputación (director del Área de Hacienda) y recalar en el Ayuntamiento hispalense de la mano de Alfredo Sánchez Monteseirín –por cierto, también nacido en La Rinconada– como responsable del área de Economía y Turismo. Ahí empezó su contacto más estrecho con el ámbito turístico, con varios puestos que remató con el de director general de Planificación y Ordenación Turística en la Junta entre 2004 y 2011.

Juan Espadas, que un año antes había dejado de ser consejero andaluz para proclamarse candidato a la Alcaldía de Sevilla, le convenció ese 2011 para que le acompañase en su viaje en un contexto muy complicado para el PSOE en toda España. “Se apuntó porque le gustan los retos”, recuerdan. A finales de ese año Mariano Rajoy llegaba a La Moncloa, pero unos meses antes el PP también arrasaba en las municipales para proclamar a Juan Ignacio Zoido como alcalde con una rotundísima mayoría absoluta. Antonio Muñoz se estrenaba así como concejal en una alicaída oposición, “pero el banquillo enseña más que la universidad”, recuerdan en su círculo.

El gusto por la gestión pública

Criado en la libérrima Costa del Sol de la recta final del franquismo y ya retornado a La Rinconada, su padre le llegó a decir que eligió estudiar Económicas en Málaga para así tener una excusa para instalarse de nuevo en la capital costasoleña. Unos estudios, por cierto, que escogió “para cambiar la realidad de la gente”, un espíritu que después le llevó a estar en política “porque le gusta mucho la gestión pública, desatascar cosas le hace feliz”.

“Nunca ha ambicionado ser alcalde, pero le ha tocado y le hace mucha ilusión”, señalan en su círculo, y así se lo hizo saber a Espadas cuando le sondeó sobre su predisposición. En estos meses de incertidumbres y rumores, se le ha achacado que no conoce los barrios de Sevilla, aunque los suyos argumentan que como responsable de urbanismo ha hecho sus contactos y sabe de los problemas.

También se le ha reprochado su falta de amarres políticos en un PSOE en el que nunca ha hecho vida orgánica, aunque todo apunta a que ahora asumirá un cargo en la nueva ejecutiva provincial socialista, liderada por Javier Fernández, alcalde de... La Rinconada. Y con el que se lleva muy bien, por cierto.

De todo, como en botica

En lo personal, su heterogeneidad también le lleva a un eclecticismo como lector y como espectador de cine, terreno en el que –como en tantos otros ámbitos– le gustan las vanguardias, pero igual le da por una película iraní que por una clásica. Gran consumidor de todo lo que es arte, e incluso comprador en la medida de sus posibilidades de algún que otro cuadro, en el terreno musical disfruta de lo indie y de la escena local sevillana, aunque también se emociona con la ópera y con el flamenco, más el baile que el cante. Eso sí, a David Bowie que no lo mueva nadie de lo más alto de la pirámide.

Con todos estos mimbres está tejido el que va a ser nuevo alcalde de Sevilla. Su vida ha pivotado alrededor de sus hermanas, y adora a sus sobrinos. No es futbolero radical, pero sí sevillista. Y en contra de lo que pueda parecer, en su entorno inciden en que “es profundamente sevillano porque ha elegido a Sevilla como opción, es su lugar en el mundo, y está enamorado y a la vez orgulloso de la ciudad: le encanta recibir gente de fuera para enseñársela”.

No tiene ni caseta en la Feria ni pertenece a ninguna hermandad, pero lo describen como feriante y semanasantero a su manera: en el Real disfruta de las relaciones públicas, y cuando llega Semana Santa le gusta el ambiente de la calle y la estética que rodea este mundo. Cuando el Gran Poder salió en octubre rumbo a Los Pajaritos, le tocó asumir la representación municipal porque el alcalde estaba en el congreso federal del PSOE. 

Seguro que entonces se acordó de aquella condición que decían que le había puesto a Espadas para ser regidor. El concejal de la chaqueta sin corbata se la puso ese día porque tocaba, como ha hecho tantas y tantas veces, porque el saber estar, dicen, es una de sus virtudes: si hay que ponerse un frac, pues se pone y para adelante. En definitiva, que Antonio Muñoz garantiza que se adapta a la ciudad y a lo que haga falta, la cuestión ahora es saber si Sevilla se adapta a él, cómo asume la prueba de modernidad a la que la va a someter su nuevo alcalde con esa heterodoxia que ha convertido en marca personal.

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