Eduardo Belza, el héroe por accidente del CD Tenerife
“Me ahogo en la Isla”, dijo Salvador Navarro, Salva, portero que el CD Tenerife acababa de fichar ese verano procedente del Betis. El futbolista almeriense, que el curso anterior había jugado 22 encuentros en Primera División con los verdiblancos, incluyendo el de su agónica permanencia al ganar (1-2) en el Insular a la UD Las Palmas, era una garantía. Estaba llamado a ser el arquero titular de un equipo que ese verano había despedido a sus tres guardametas: Aguirreoa (referente indiscutible durante las seis anteriores temporadas), Heres y Celestino.
Así que, como se ahogaba en la Isla, Salva cogió su maleta, se fue a Sevilla y pidió abandonar el club. Y el Tenerife se encontró con que su único portero era Josu Urcelay, un buen proyecto que había desarrollado una prometedora trayectoria en el Sanse, filial de la Real Sociedad. Pero que aún no tenía experiencia alguna en Segunda División. El secretario técnico de entonces, José Antonio Barrios, se fue de pesca según la costumbre de la época: sin tiempo, sin dinero y con obligaciones. Y se trajo a Eduardo Belza Franco (Uruguay, 1956), doctor en Medicina.
El fichaje fue acogido con recelo. Y había razones para ello: el curso anterior había descendido con el Mallorca a Segunda División. Y ello, después de empezar el curso como suplente de Ezaki Badou y de acabarlo como tercer portero, tras ser adelantado por Mallo. Le tocó jugar sólo en cuatro partidos, en los que recibió once goles. Y su equipo sólo sumó un punto. A Badou, por ejemplo, le hicieron 31 goles en 32 partidos. Así que, en cuanto alguien preguntó por Belza, con 32 años cumplidos, en el Luis Sitjar le hicieron un lacito y lo empaquetaron para otra Isla.
Su trayectoria previa en el Atlético de Madrid o el Rayo Vallecano tampoco invitaba al optimismo, pero algo vio Barrios en el portero uruguayo. Y el 1 de agosto de 1988 firmaba contrato con el CD Tenerife y se ponía a las órdenes de Benito Joanet. Cuatro días después, Salva regresaba a la Isla. Lo hacía para firmar el finiquito, pero Melquiades Rodríguez, un imponente luchador que entonces se ejercitaba con la plantilla blanquiazul, lo convenció para que se quedara. Y de golpe, un equipo sin porteros se encontró con tres guardametas.
El entrenador, Benito Joanet, tenía que elegir. No tuvo dudas. Belza disputó como titular los 38 partidos de la liga de Segunda División, dos de Copa del Rey y los dos de la inolvidable promoción ante el Betis. Y fue vital en el ascenso a Primera División. Al año siguiente, ya en la élite, le ficharon a Manolo López y al mundialista uruguayo Javier Zeoli. Acabó el curso como titular. Y en otra histórica promoción, esta vez ante el Deportivo, tuvo un papel decisivo. Luego, se marchó en silencio. Llegó a Tenerife por accidente y se ganó un hueco en la historia del club.
(*) Este texto forma parte del libro El CD Tenerife en 366 historias. Relatos de un siglo, del que son autores los periodistas Juan Galarza y Luis Padilla, publicado por AyB Editorial.
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