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Agua dulce y agua salada en el Guiniguada

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Jose A. Luján es el cronista oficial de Artenara. Y su sensibilidad le invita a no ser aventurero, pero sí un soñador de aventuras. Por ello ha escrito en dos ocasiones en punto al futuro del Guiniguada. Qué bueno sería que muchos se animaran y echaran un cuarto a espadas.

Cuando la alcaldesa de Las Palmas de Gran Canaria en ese periodo expectante que comprende la campaña electoral y los primeros cien días de mandato señaló al barranco para convertirlo en una suerte de bulevar de la cultura, ofrecí mi opinión que en pocas palabras postulaba que antes que un concurso de ideas acaso fuera lo suyo un concurso de voces. Pensaba en los maestros cantores de Nuremberg que desarrolla un enfoque popular para componer una música y con ello concursar en un contexto de reglas rígidas que organizan ese certamen.

Y es que al igual que en esa opera, y rindo homenaje a Jerónimo que catalogaba a esa música como una catedral, en nuestro caso las ideas se deben pensar dentro de un marco performativo dotado de unas reglas que imponen la naturaleza y la historia. Luján cree que la alcaldesa traía bajo el brazo un portafolio con ideas y presupuesto. Luján también cree que los ingenieros de caminos se han adueñado de la operación. Vamos con mi opinión, amigo Luján.

Hoy solo sabemos que las tres administraciones con competencias concurrentes en el sitio han acordado estudiar el tráfico para componer un proindiviso entre lo que corresponde al tráfico rodado y lo que debe ser del uso libre o peatonal. Y eso conviene no sea que en la tarea de unir Vegueta y Triana suceda que otros se queden sin acceso para sus carruajes.

Concurren en este espacio el agua dulce, el agua salada y la mano del hombre. El agua dulce discurre desde San Mateo para aliviar entre el Mercado de Vegueta y el Teatro Pérez Galdós. Impondrá sus reglas porque en la actualidad discurre en su camino de desembocadura confinada en cuatro tubos a sección más o menos llena y reclamará su territorio una vez se libere de ese corsé y pase a discurrir a cielo abierto.

El agua salada impondrá sus normas de una forma igual de severa. Pondrá en riesgo la franja litoral si no se la trata con respeto. Y lo hará con igual rabia a como lo hace el agua dulce. Se opondrá a un suave alivio del barranco en el mar y tendrá un potencial de inundación como la tiene el agua dulce del barranco. La tercera variable es el factor humano que alteró la ribera del mar, adelantándola hacia mar adentro y levantando en altura la autovía con el resultado de colocar un muro alto después de encerrar el agua del barranco en tubos, alterando el carácter y el comportamiento de las dos aguas en un contexto al que Luján se refiere como un efecto bañera.

Pero no es el caso que los ingenieros de caminos se hayan adueñado de la operación. Solo acontece que son los titulares de mejor especialización para dictar esas normas que impone la naturaleza y así desbrozar el camino para que otros muchos propongan sus ideas y las que no sean imposibles, para rescatar leyendas y fantasmas de Vegueta y Triana y para buscar hasta encontrar el alma escondida de la ciudad. El decano del Colegio de Ingenieros de Caminos simplemente avisó de que era conveniente mucha prudencia, que no estábamos ante un lienzo en blanco fácil para pintar. Alertó de la necesidad de disponer de un caballete donde apoyar el lienzo antes de empezar a dibujar el nuevo paisaje urbano. No fuera que muchas ideas imaginaran este bello lugar siempre en riesgo de sufrir una inundación. Y la inundación no es un episodio natural, es desolación y muerte.

La alcaldesa acaso disparó antes de apuntar. Y eso está bien para activar el máximo caudal de talento y la mayor cantidad de sueños. Cuando desenterremos el barranco los técnicos serán señalados a forma forense para distribuir el territorio conocedores de que el agua dulce y el agua salada también querrán recuperar su espacio perdido o arrebatado. Y entonces podrán entrar en tropel tantos ciudadanos como lo quieran que una vez conocidas las reglas del concurso dejarán oír su voz hasta recuperar esa música perdida de este entrañable y principal enclave de nuestra ciudad. 

Chesterton inauguró la teoría del árbol para referirse al progreso mal entendido. Pensaba en el buen progreso como unas ramas muy altas de un árbol que cuanto más altas se levantan menos se desprendían del tronco y más se aferraba el árbol a sus raíces.

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