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La Audiencia Provincial de Las Palmas ha archivado el procedimiento seguido contra Blas Acosta después de años de instrucción y ha dejado sin efecto la apertura de juicio oral decretada por el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Puerto del Rosario, sin que quepa recurso alguno contra esta decisión que pone fin al auténtico infierno vivido por mi compañero.

Llegados a este punto, cabe preguntarse por el alcance de algunas de las afirmaciones contenidas en la resolución de la Sala.

Así, por ejemplo, la citada resolución señala de manera taxativa que ''no hay base indiciaria solvente que avale el contenido incriminatorio en el que se apoya el juez de instancia, y que ha servido, mientras se sustanciaban los recursos de reforma y apelación, de soporte a la acusación pública''.

Traducido: se ha mantenido abierto un procedimiento, hasta el punto de llegar a decretar la apertura de juicio oral, sin base indiciaria solvente que lo sustente, con las graves consecuencias que genera para las personas afectadas, tanto en el plano personal como en el político.

No se trata de una afirmación aislada. Según detalla la nota del TSJC, de la investigación realizada ''no cabe siquiera vislumbrar la existencia de una actuación administrativa injusta, ni tampoco arbitraria, que pueda tener encaje dentro de un ilícito penal''.

No es que no hubiera una base indiciaria solvente para sostener la acusación, es que la Sala reprocha que no cabía ni siquiera vislumbrar que la hubiera. Me recuerda demasiado a las afirmaciones contenidas en el archivo del procedimiento seguido durante diez años en mi contra, que reprochaban la instrucción errática de una querella profusa, difusa y confusa.

Quizás ahora, a la vista de lo resuelto por la Sala, se pueda comprender mejor algunas de las declaraciones de Blas Acosta. No lo disculpo. Fui, quizás, de los primeros en reprocharle lo inadecuado e inoportuno de sus declaraciones. Fui de los que le insistieron en que se retractara y pidiera disculpas. No lo justifico, pero lo entiendo.

Entiendo la rabia, casi imposible de contener, el dolor insoportable y el enfado de verse sometido a un procedimiento sin más base que el empeño de mantenerle imputado y llevarle a juicio en la esperanza de acabar con su carrera política.

Porque esa es una de las claves, o quizás la clave, de la persecución contra Blas Acosta: era un personaje incómodo, muy incómodo.

Después de años de un cierto acomodo y tibieza, Blas Acosta supuso un revulsivo para el PSOE de Fuerteventura. Creyó, y demostró, que se podía salir a ganar, que se podía aspirar a gobernar sin ser la muleta de Coalición Canaria, acabando con el endiablado baile de las sillitas que siempre ganaban los mismos.

Esa es, sin lugar a dudas, la característica que más me gusta de Blas Acosta. Me gustan otras muchas cosas suyas e, incluso, hay algunas que no me gustan tanto, algo que me pasa hasta conmigo. Lo cierto es que nadie puede negarle su empuje, su vocación de ganador, su empeño en colocar al PSOE en el lugar que le corresponde. Por eso había que acabar con él.

Acabo de llamarle para felicitarle y compartir su alegría. Me he permitido, atrevido de mí, aconsejarle que se centre en disfrutar de este archivo y que no le dé más vueltas a la miserable persecución de la que ha sido víctima.

Pero no he podido seguir mi propio consejo. Es, en efecto, un momento de alegría pero es también momento de pensar en las debilidades de un sistema que permite que se produzcan impunemente este tipo de persecuciones.

Confío en la justicia, y por eso me he puesto en sus manos en varias ocasiones. Confío en la prensa, pues solo ella puede darnos las claves para interpretar una realidad cada vez más compleja.

Mi confianza, sin embargo, no excluye la desazón que me producen situaciones como la vivida por mi compañero Blas Acosta a quien ya habían juzgado, condenado y etiquetado antes que la Audiencia dijera que no, que no hay caso.

¿Y ahora?

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