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A Ana Rosa le gusta el kárate

Juan García Luján / Juan García Luján

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No le dimos el teléfono a Ana Rosa. No por amor a la exclusiva. Sino por una cuestión de respeto. Aquella madre nos habló en los términos que habíamos pactado: respeto a su intimidad, ninguna pregunta sobre su hija, simplemente nos contó cómo se enteró del escándalo de kárate y cómo habían respondido desde las instituciones a la demanda de información de padres y madres. También nos habló de la preocupación de las familias.

Pero ahora todo va a ser diferente. Si a Ana Rosa le gusta el kárate tendremos que prepararnos. También le gustará a Antena 3, a todo Telecinco, a Cuatro y Radio Televisión Canaria. Debemos estar preparados. Se abrió el secreto de sumario. A partir de ahora la intimidad se convierte en una mercancía, en una atracción para los escaparates del morbo, en un valioso objeto cotizado en el mercado de las audiencias televisivas.

Las crónicas de este fin de semana ya nos concretan las felaciones, las penetraciones anales, los tríos y los cuartetos. Pero tengo la impresión de que esas páginas dominicales saben a poco. Queremos más. Faltan las lágrimas de la madre que no se enteró de nada, falta la voz del padre que habla de espaldas a la cámara, falta el testimonio del hombre que tiembla ante la cámara con los recuerdos de su niñez.

El espectáculo no ha comenzado todavía. A Ana Rosa le gusta el kárate. Veremos los testimonios del sumario sin puntos y aparte, exagerados hasta lo inimaginable. Nunca dejes que la verdad te fastidie un buen titular. Necesitamos monstruos y Torres Baena es el candidato perfecto. Además tenemos a dos golfas, viciosas. No nos olvidamos de escribir presuntamente, por supuesto. Esto va a ser maravilloso. Cambiaremos la tendencia y multiplicaremos las ventas de nuestros periódicos sin tener que estar regalando deuvedés o tacitas para el café. La audiencia subirá un montón y Willy podrá presumir en el Parlamento de que lo ven y lo escuchan. Da igual lo que se ve y lo que se escucha.

Si se confirman los hechos está claro que estamos ante un caso histórico de pederastia masiva a nivel español. Si ha ocurrido debemos contarlo. No propongo que no contemos las cosas malas que pasan. No pretendo que vivamos en el mundo Disney. Me parece estupendo que los medios cuenten las desgracias, aunque parece que siempre interesan más las que tienen que ver con la Canarias profunda o las metereológicas, esas siempre tienen la atención frente al habitual silencio sobre las desgracias evitables que padecemos por los gobernantes que sufrimos. Contemos las penas, vale. Pero me gustaría que antes de escribir cada reportaje, de emitir cada vídeo, nos preguntáramos por su utilidad social, nos planteáramos nuestra responsabilidad social, midiéramos las consecuencias para las víctimas, sopesáramos que hay vida, gente, que debe seguir caminando.

Por ahora los periodistas isleños han medido bastante lo publicado, quizá porque ya estamos aprendiendo de errores pasados o porque el sumario estaba inaccesible. Pero ahora que Parramón acaba de quitarle el candado al sumario, ahora que las diligencias ya no son secretas, ahora se abre la veda para cazar a madres de karatekas dispuestas a llorar junto a Ana Rosa, con la foto de la niña con el rostro pixelado. Me temo que en los próximos días veremos lo peor, que tendremos enviados especiales de los programas que viven de la sangre y el luto. El espectáculo sólo acaba de comenzar. Por lo pronto nosotros vamos a poner nuestro granito de arena, ni mi compañera de El Correíllo Thalía ni un servidor le cogeremos el teléfono a Ana Rosa.

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